SEPTIEMBRE 2015
La primera vez que vi a Alex Cedeño tenía 18 años y estábamos parados uno frente al otro. Nuestra profesora de Comunicación Académica nos pidió que conversemos durante un minuto con la persona que estaba a nuestro lado.
Ahí lo vi por primera vez. Castaño casi rubio, alto, mejillas sonrosadas, probablemente por subir cuatro pisos de escaleras y con una gran sonrisa en la cara.
Y ahí estaba yo. Piel trigueña, cabello negro, ondulado y maltratado, mucho más robusta que el resto de las chicas, pestañas rizadas y una nariz prominente.
Obviamente, me sentí intimidada, no todos los días te obligan a hablar de frente con un chico lindo.
-Empieza tú- encogiéndose de hombros me dio la tarea difícil.
Soy algo tímida, aunque no lo parezca, respiro profundamente y hablo.
-Soy Sadie Castro, tengo 18 años y me gusta leer. Mi libro favorito es Walking Disaster y me encanta escuchar música.
Al retroceder, tal vez yo no estaba equivocada al sentirme una persona tan básica.
Él solo asentía mientras yo enumeraba.
-Soy Alex, tengo 16 y también me gusta leer, soy de Babahoyo y me gusta relacionarme con las personas.
Para empezar, él a esa edad ya estaba en la universidad, me sentí algo patética, porque, debido a problemas ajenos a mí, yo perdí seis meses de estudio. Y en segundo lugar, él leía.
Tal vez no sería un minuto tan largo.
-¿Qué has leído este año?
-Bueno, se terminan las películas de Los juegos del hambre, así que me animé a leer la saga.
-Esa no la he leído, me da flojera, soy más de la onda Divergente.
-En cambio a mí me falta esa, planeo...
-Muy bien, jóvenes, pasó el tiempo, vuelvan a sus lugares.
Ante la voz de la maestra, Alex Cedeño y yo volvimos a nuestros asientos, como los dos desconocidos que éramos, pero esa vez, al voltear, cruzamos una sonrisa cómplice.
Antes de entrar a la iglesia me sequé el sudor de la frente con la parte interna de la manga de mi abrigo. Debido a mi peso, sudaba mucho, y lo detestaba. Aplico brillo labial y con una de las sonrisas más falsas de las que era dueña, por fin ingreso.
-Hola gente.
Mis amigos desde que tengo ocho años, me regresan a ver y me sonríen, él incluido.
Él, es la razón por la que odio cada parte de mí.
Jonathan me ha gustado desde que tengo 15 años.
Él es el chico más lindo del mundo y obviamente no iba a regresar a mirarme. Es una tristeza con la que ya me he acostumbrado a vivir, así que poco a poco me fue dando igual la indiferencia.
-Señorita, llega tarde.
-Sí, vengo de la universidad, aproveché para avanzar todo lo que pude con mis tareas.
Me pasó un brazo por los hombros y mi cuerpo ya no respingaba de los nervios. Como dije, ya estaba controlado.
-Bueno, me alegra que llegues, porque al menos ya tenemos una lira.
Ensayábamos coreografías de marcha y banda musical para el campamento al que vamos todos los años y en el que hay un concurso con estas disciplinas. Siempre me llamó la atención la lira. Tiene un sonido muy delicado, pero es quien marca la melodía, por decirlo así, pone el encanto.
No sé tocar de oído, me aprendía las notas a entonar y aun así fui parte de la banda desde los diez años.
El único problema en ese entonces era que... -Aún no me sé las notas- me encogí de hombros sonriendo a modo de disculpa.
Todos rieron, pero obviamente, la única sonrisa que captaron mis ojos fue la suya.
-Muy bien, hoy estoy de buen humor y entiendo que tienes nuevas ocupaciones y muy importantes, ahora- señala mi mochila –Te doy media hora para que te las aprendas.
-Aún no me sé completa la primera y de las otras dos no sé absolutamente nada.
Jonathan solo sonreía ante mi descaro -¿En una hora si te las aprendes todas?
-¿Quieres una mentira piadosa o una verdad dolorosa?
-Mañana ensayas junto a la banda.
-Chico listo.
Me miró una vez más antes de voltear y empezar a organizar a los chicos de los tambores.

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HIM
RomanceEsta es la historia de una chica queriendo a un chico, sólo para después preguntarse... ¿Por qué él? Esta soy yo recordando con el corazón en la mano, como lo elegí mil veces, sin ni siquiera ser una opción.