Se llamaba Samuel, un chico alrededor de diecisiete años. Era alto, de piel blanca, su quijada se marcaba antes de que pudiera alentar una simple bocanada. Tenía ojos verdes, un verde que podía erizarte la piel, pero solo de la forma en la que el te veía. Se sentía valioso, poderoso, su complexión era la que muchos deseaban, músculos y venas voluminosas sobresalían por sobre todo. Pero si algo tenía muertas a todas esas muchachas, eran sus labios rosas, su carácter insensible.
Ella se llamaba Ann... en realidad su nombre era Andreas, era curioso, pues sus dos padres, ambos pueblerinos italianos esperaban a un barón, no a una niña. Desde el momento en que nació no fue nada de lo que esperaba, dicen que nació en Varece, que a los trece años se mudó a Massachusetts, que aún no puede pronunciar el ingles a la perfección. Esto resulta motivo de gracia para sus compañeros, ni siquiera puede regresar un solo insulto que no sea en italiano. Tenía cabello castaño, castaño claro, de un color casi rubio. Le decían rara por usar ropa de anciana, la causa nadie la sabia... "Su madre no tiene dinero para comprar ropa decente", "He escuchado que tiene una enfermedad que le han contagiado de su pueblo asqueroso". Lo único que le gustaba de si misma eran sus ojos, aunque no fueran claros, verdes, azules o grises, tenían un brillo que la hacían sentir irrepetible.
El, un hombre "sin" secretos.
Ella, ella estaba repleta de ellos.
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Mas allá de las estrellas
Teen FictionY de una manera estúpida me viste, me adentraste en ti, me hiciste sentir como si fuera la primera y la única, me diste la llave a la puerta de tus aventuras. Me contaste sobre Francia, de las cenas en Italia. Me sentiste. Me diste lo que nadie más...