Realización
Resulta que el instante más íntimo de una noche carnal no viene acompañada de caricias ni besos húmedos; no huele a esa fusión que perfuma el aire con sal y una acidez embriagadora. La presión que ejercen nuestras pieles desnudas al pegarse, como si se negaran a vivir por separado, queda en un segundo plano. El sudor de ambos cuerpos combinados tienen su propio juego y fluyen como un río, no hay ni un gramo de perfección y a la vez todo está en el lugar donde deberían estar. Mi cabeza toma su propio sitio por instinto, encontrando el puesto adecuado sobre tu pecho, es la primera vez que estoy en esa postura y mi cuerpo no te está descubriendo, sino recordándote; quizá en otra vida hicimos lo mismo pensé, te vuelvo a reconocer, a través de esa mirada clara que me enfoca y genera un caos en mi interior. En ese punto cualquier rastro o indicio de sensatez quedó diluido, mis barreras se abrieron igual que mis piernas. Ahí es cuando encuentras y consigues compartir la mayor intimidad de todas, esa que guardas y enjaulas a toda costa.
Me estás mirando y sé que no estás viendo mis senos al aire. No reparas en los nudos de mi cabello o en los vellos que no he recortado. Ignoras por completo las partes de mi cuerpo que dejan de ser suaves o donde debería haber más curvas. No puedes notar nada de eso porque mi alma está desnuda para ti. El tacto de tu mano sobre la mía provoca un hormigueo que me recorre debajo de la piel, llega hasta mis pies y sube hasta los talones, se me mete entre los muslos y sigue ascendiendo por el monte de venus, da un recorrido hasta que termina por hundirse en mi torso. Me pregunto si te percatas de lo inútil que soy, no consigo dejar de temblar.
Deseo que mi cuerpo reaccione y logre tomar el control de sus extremidades.
Pero sigues viéndome.
Soy incapaz de recordar cómo se respira si lo haces.
El bochorno disminuye y, por primera vez en toda la noche, consigo advertir en ese sentimiento que estuvo apagado durante años, si es que alguna vez estuvo con vida. Veo ese pecho elevarse cada vez que inhalas, noto un par de mechones despeinados que se escapan de tu liga. Tu barba no está perfectamente rasurada y eso consigue enloquecerme cada vez que te hundes en mi cuello; el arete de tu nariz no está perfectamente alineado y tu labio pega contra él cada vez que sonríes, ¿por qué nadie me había sonreído así antes? me pregunté. Es increíble cómo mi presencia logra compartir ese momento contigo y mi mente ya está levitando junto a la luna. Quiero ignorarlo y fingir que no me percaté de lo inevitable, con esmero trato de cubrir mi expresión, pero luego veo como tus pestañas se extienden al cielo y vuelvo a flaquear.
Estoy jodida.
Quiero decirte tantas cosas y besarte hasta que mis labios dejen de existir.
Sólo consigo articular una breve oración:
—Me caes malNo sé porqué elegí esas palabras, pero tu mirada cómplice me desveló que fueron las indicadas.
—Tú también me caes mal.
Dijiste las palabras más bonitas que había escuchado.
El fuego que estaba por extinguirse volvió a la vida, mi rostro se llenó de calor y agradecí que no hubiera ninguna luz que pudiera revelar mis mejillas enrojecidas. Sabía lo que significaba y aún así no pude evitar cuestionarte:
—¿Por qué te caigo mal?
La respuesta no tardó en llegar, fue tal y como la esperaba.
—Por la misma razón que yo te caigo mal.
Nos miramos más allá de nuestra desnudez y el acto que acaba de presenciar la habitación. Volviste a mi interior de otra manera y no iba a permitir que te escaparas, así que antes de que esa sensación desapareciera te enjaulé: atrapé esa mirada y tus palabras. Estábamos tan jodidos. Solo bastó eso, no tuviste que comprarme flores ni escribirme un poema. No necesitaste de nada que no fueras tú.
Y solo tú fue maravilloso.
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Oh, Dear diary
Short StoryOh, querido diario, conocí a un chico: Hizo que mi corazón de muñeca se iluminara de alegría. Oh, querido diario, nos desmoronamos...