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—¡Coeur, Cyron, a cenar!
J'ai pas faim!
—Je m'en fous! Es hora de cenar, quieras, o no.
—Estoy harta, siempre cenamos lo mismo —replicó mientras se sentaba en la mesa. Esta vez se dirigió a su hermano pequeño— ¿Tú no estás harto de comer siempre lo mismo?
El pequeño se encogió de hombros.
—Ojalá ser humana.
—Pues no lo eres. Asúmelo ya.
—Estoy harta de comer siempre lo mismo. Y encima ni podemos salir de casa, siempre tenemos que escondernos de ellos. ¡Y aún ni siquiera sé por que!
—Eso aún no os lo puedo contar. Todo a su debido tiempo.
—¡Pues estoy harta de esperar!
—Ya estoy... —interrumpió el pequeño Cyron tímidamente mientras bajaba de la silla.
—Muy bien, lleva tus cosas a la cocina y acuéstate ya. Amanecerá dentro de poco. —Cyron cogió sus platos y cubiertos cuidadosamente y los llevo a la cocina. —¿No podrías ser un poco más obediente, como tu hermano?
A Coeur le empezarón a subir los colores a las mejillas. Odiaba que la comparasen con su hermano.
—Estoy harta de que nunca me contéis nada. Siempre tanto secretismo.
—Eres muy pequeña aún para entenderlo.
—¡Que no me trates como una niña!
—No me levantes la voz. A tu ataúd. ¡Ya!
—Que te lo crees tú... —susurró de manera casi inaudible
—¿Qué has dicho?
—Nada. —respondió enfadada mientras se levantaba y dirigía a su ataúd.

Poco más tarde, una vez ya había amanecido y estaban todos en sus ataúdes, Coeur abrió la tapa del suyo sigilosamente. Tenia que estar de vuelta antes de que se empezara a poner el sol para no levantar sospechas. Se apresuró a coger un parasol, imprescindible para no hacerse cenizas. Aprovecharía las primeras horas de la mañana, en que el sol estaba más bajo y había más rincones con sombra. Aunque el parasol la protegería, era mejor no arriesgarse.

Abrió la ventana lentamente, tosiendo para ocultar el ruido chirriante que hacía al abrirse. Se subió al alféizar de la ventana y se colgó de la rama del árbol que tenia justo enfrente. Avanzó por la rama cual mono, y se agarró del tronco, descendiendo por él como si de una barra de bombero se tratara. Las hojas del árbol la cubrían del sol por el momento, pero se aseguró de abrir el parasol antes de salir de debajo. No habría sombra hasta que llegara a la ciudad, pues enfrente de su casa había hectáreas de terreno llano, con escasos árboles. Nunca se había alejado a más de unos pocos metros de su casa, pues no les estaba permitido, y solían jugar en el jardín trasero, que daba a un bosque y estaban más ocultos.
En realidad no sabía llegar a la ciudad. Creía que debía estar en aquella dirección puesto que era la única dirección en que no se les permitía ir. Sabía de la existencia de las ciudades por las historias que le contaba su madre de pequeña, donde mucha gente vivía junta en en poco espacio y se alzaban edificios muy altos, más de lo que jamás se pudiera imaginar. Salió de su trance y empezó caminar dirección contraria al bosque, alejándose cada vez más de la casa.
Llevaba unas pocas horas caminando y el sol ya empezaba a brillar con más intensidad, complicando más su expedición. Estaba dispuesta a rendirse y volver a casa, pensando que quizás los cuentos que le contaba su madre eran sólo eso, cuentos. Pero justo cuando iba a girar para regresarse por donde había venido divisó en la lejanía lo que parecía una casa. Pero era más alta. Esperanzada, empezó a caminar con más brío, curiosa de lo que se pudiera encontrar en esa ciudad. A medida que iba avanzando, más casa altas como aquella se iban alzando en el horizonte.

Cuando llegó al primer edificio, estaba dubitativa de si seguir avanzando o no. Pero aquel viaje no había sido en vano, así que lo hizo. Empezó a caminar por las calles y encontró criaturas muy parecidas a ella, salvo que parecía que el sol no les afectaba. Estaba la ciudad muy activa para ser de día, pensó. Comprobó que lo que le contaba su madre era cierto. Habían muchas casas juntas y eran muy altas. Todo el mundo parecía conocerse entre ellos y hablaban animadamente. No entendía porque decían que los humanos eran tan peligrosos. Parecían muy normales para ella. Como anhelaba una vida así. Se sentía muy sola sin nadie con quien hablar, a parte de su hermano, claro. Siguió avanzando hasta llegar a una plaza, repleta de puestecillos con comida. El delicioso aroma del pan, los quesos y los bollos inundaba su fosas nasales y se dijo que si pudiera probar todo eso, ya nunca más volveria a sus monótonas cenas que consistían en un entrante de sopa de sangre, un principal de pure de sangre y un postre de mermelada de sangre. Se paseo por los diferentes puestecillos y se paró en uno repleto de unos extraños bollos con forma de cuerno. No sabía que eran, pero no hacía falta saber mucho para darse cuenta de lo buenos que debían estar. Se le hizo la boca agua tan sólo imaginando esa delicia entrando en contacto con sus papílas gustativas. Justo cuando alargó la mano para agarrar uno, otra mano rozó la suya, haciendo que del susto la retirara inmediatamente.
—Desolée... Ibamos a coger el mismo croissant.
—Ah, no pasa nada —se ruborizó. ¿Qué era un croissant? No había escuchado aquella palabra nunca, pero enseguida lo relaciono con los exquisitos bollos cuernudos que tenía delante.
—Adelante, coge uno. Yo invito —Coeur no entendió aquello, pues ella no entendía el concepto del dinero. Aún así, se limitó a sonreír y a coger uno. Era el único chico con el que había intercambiado palabras hasta ahora a parte de su hermano y Clément, el que los cuidaba.
—Adelante, coge uno. Yo invito
—Muchas gracias... —murmuró.
—No es nada. Soy Léo —le dijo extendiendo una mano, la cual Coeur aceptó timidamente. —¿Cómo te llamas? ¿Eres nueva? No me suena tu cara.
—No, no. Vivo en las afueras, es la primera vez que visito la ciudad. Soy Coeur.
—Coeur... Me gusta— le lanzó una sonrisa un tanto seductora, lo cual hizo que Coeur se sonrojara aún más. Le pareció que era el chico más guapo que había visto nunca. Aunque tampoco había visto a muchos, claro. Pero sus rizos despeinados color avellana con reflejos dorados, a juego con sus pequeños y ligeramente rasgados ojos y su piel ligeramente tostada por el sol complementada por unas pequeñas pecas le parecía una combinación un tanto extraña pero harmoniosa. Como los rayos de sol que nunca podrían rozar su piel (si no quería convertirse en ceniza, claro está). Por no hablar de su encantadora sonrisa. Coeur por su parte era todo lo contrario. Tenia el pelo negro como el azabache y la piel blanca como la nieve. Típico de vampiros, ¿no? Sus ojos rojo sangre (¿podría ser gracias a su dieta rica en sangre?) le habrían dado un aspecto bastante siniestro de no ser por la gran expresividad que tenían y la inocencia de su rostro.

Coeur se sentía muy extraña ante la presencia de aquel chico. Por muy simpático y alegre que fuera, las interacciones sociales no las llevaba muy bien, como ya os podéis imaginar. Sentía cosquillas en el estómago, y se dijo que sería culpa del sol, que la estaba empezando a quemar por dentro. Nunca había estado en contacto con el sol directamente, pero creyó que sería una sensación parecida a aquella.
—¡Tengo que irme! —exclamó, asustada de convertirse en ceniza ante Léo y quedar en ridículo.
—¿Tan rápido?
—Sí, es que... ¡me esperan en casa!
—¿Y nos volveremos a ver?
—¡Oh, no lo sé! ¡Quizá algún día! —gritó mientras se alejaba corriendo sin dar lugar a que Léo hablara.

Se pasó todo el camino pensando en aquel chico. Quizá podría volver mañana. Quizá podría... ir a la ciudad por el día, cuando todos estuvieran durmiendo. Así podría llevar una doble vida y nadie lo sabría. Pero, ¿cuando dormiría? Bueno, eso tampoco importaba tanto, ¿no?

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⏰ Última actualización: Mar 12 ⏰

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Inane: perfidusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora