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En la mitad del mes de septiembre se agolpaban los carruajes en la entrada principal del palacete. Comenzaba un nuevo curso para los alumnos de aquella institución, y los profesores y alumnos llegaban de sus vacaciones de verano. Durante varios años el palacete que había tras el castillo del rey Eagro se había convertido en un selecto colegio para señoritos, en donde estudiaba el príncipe de la nación, junto a escasos jóvenes privilegiados, que eran hijos de generales, políticos y personajes relevantes del reino.

Uno de ellos era Hugo, el hijo menor de un ministro del rey. En el carruaje de vuelta a la rutina escolar, estaba junto a su padre.

—Es un orgullo para nuestra familia que hayas sido seleccionado para estudiar en tan noble institución junto a su alteza, el príncipe heredero. Recuérdalo siempre, Hugo, y no desaproveches esta oportunidad —comentó el ministro a la vez que se detenía el carruaje en la puerta del palacete.

—Así lo haré, padre —asintió Hugo—. Sé que soy muy afortunado por tener esta oportunidad. No te defraudaré ni a ti, ni a madre, ni a mis hermanos.

—Así lo esperamos todos. Tienes dieciséis años, no eres un niño; es menester que aparques la impulsividad infantil y te enfoques en serenar la consciencia para que encuentres el triunfo en tus objetivos de la vida adulta.

El padre de Hugo era conocido por ser un conciliador entre bandos de opiniones contrarias en el reino, llamaba siempre a la cautela y a la prudencia para la resolución de conflictos, un aspecto que Hugo había heredado. Al apearse del carruaje, el muchacho miró a su alrededor y vio otros carruajes aparcados por el patio interior de la entrada, pudo ver a varios profesores que volvían de sus vacaciones y a alguno de sus compañeros junto a sus padres, también estaban los sirvientes del palacete que aguardaban de pie frente a los carros, esperando la orden para desmontar el equipaje.

Allí fuera no estabantodos sus compañeros, suponía que algunos ya estaban dentro del palacete. Notenía más que seis compañeros, era un grupo muy selecto, cuya condición paraentrar en él era ser de buena cuna y no sobrepasar en dos años, tanto porarriba como por abajo, la edad del príncipe. Hugo y Silvano eran los mayoresdel grupo, ambos tenían dieciséis años. Mientras Hugo cumplía años en marzo,Silvano lo hacía en junio. Silvano era un chico estudioso, siempre leyendo ypoco dado a relacionarse, sus compañeros creían que su gran timidez era frutode su llamativo color de pelo, era pelirrojo y le acompañaban un montón depecas que cubrían todo su cuerpo, atributos que le hacían destacar entre losdemás a pesar de odiar ser el centro de atención. El más pequeño era Antón, detrece años, era un niño muy despierto, siempre pendiente de todo lo que hacíasu hermano Macario; este también era alumno y junto a Samuel, Leonardo y elpríncipe, tenía quince años. Macario era, sin duda, el más rebelde de todos losalumnos: era competitivo, impetuoso y, en ocasiones, fanfarrón. Encabezaba ungrupito que constaba de Samuel y Leonardo, aunque Antón siempre les seguía atodos lados. Samuel era muy holgazán, no solía sacar buenas notas en ningunaasignatura, prefería pasar el tiempo con algún divertimento. Leonardo era unaespecie de secuaz de Macario, todo lo que él le ordenaba lo hacía sin chistarni pensar en las consecuencias, pero este rol en contadas veces lo asumíantambién Samuel y Antón. Solían buscar entretenimiento en burlarse de losprofesores y los criados, pero también se metían con Silvano y, con muchísimamás frecuencia, con el príncipe.

 Solían buscar entretenimiento en burlarse de losprofesores y los criados, pero también se metían con Silvano y, con muchísimamás frecuencia, con el príncipe

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Hugo está enamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora