Voy caminando por la calle. Llevo los auriculares puestos.
Miro mi reloj. Las 11:54. Día tras día es lo mismo.Hay gente que no soporta la rutina. Bueno, yo tampoco lo hago, pero hay que saber que rutina seguir.
La calle está a rebosar de gente. El tráfico, los bocinazos, se hacen oír a pesar de la música.
El cielo está celeste sin una nube a la vista. El sol brilla. Es algo triste. Así me parece a mí.
Una nube... un poco de blanco, le da color, contraste, a la cúpula celeste. Lo prefiero así.Sacudo mi nariz ante el repugnante olor de los caños de escape de los autos.
Miro mi reloj. Las 11:57. Día tras día es lo mismo.
Llego a la esquina y doblo hacia la derecha.
Me quito un poco de encima a la gente. No suelen transitar por ciertas calles y yo aprovecho eso.
Por esa razón... bueno, una de las razones, elijo el lugar al que voy.Voy todos los días, lunes a viernes, siempre a las 12.
Los edificios dejan de ser lo que son a medida que camino. Dejo atrás los altos edificios de cristal y metal y veo edificios pequeños de ladrillo, piedra e incluso madera.
Poco a poco la calle se vuelve de piedra y ningún auto pasa por allí. Con toda seguridad puedo caminar por la calle sin pensar si un auto me pasará por encima.
Disfruto de esto. Es como viajar en el tiempo. Lo gracioso es que, por mi trabajo, me encuentro vestido de traje. Pensar en llevar galera y un bastón me hace sonreír. Casi puedo imaginar un carruaje tirado por hermosos caballos y oír el golpetear de los cascos.
Miro mi reloj. Las 11:59. Día tras día es lo mismo.
Me queda una cuadra para llegar, pero es en bajada y sé que llegaré a tiempo.
Nadie me apura. Nadie me espera ni espero a nadie, pero es un juego personal que tengo.
Sé que todos tienen algo parecido.Creo que es algo sano. Algo divertido. Algo...
Camino, troto, casi corro mientras voy por esa pendiente.
¿A quién no le gusta esa situación? Deja salir por un momento al niño que llevamos dentro.
Voy deteniendo mi marcha.
Miro mi reloj. Las 12:00. Día tras día es lo mismo.
Levanto la vista y ahí está.
Sonrío. Otra vez llegue puntual.
En esa esquinita casi abandonada se presenta un local pequeño, pero para mi gusto, perfecto. La puerta se encuentra en la intersección de las dos calles y a sus costados, las ventanas. El cartel con el nombre está sumamente desgastado y ya no es legible. Sólo el dueño y los clientes más antiguos lo conocen. Pero creo que el no tener nombre es parte de su estilo único que presenta. Diferencia el local de las grandes multinacionales que invaden las calles.
Al empujar la puerta hacia el interior se escucha una suave campanada que proviene del adorno sobre el marco y se percibe, sin duda alguna, el agradable aroma a café en el ambiente. A mi izquierda está la barra en forma de "L" con todos sus aparatos, botellas, tazas y comida lista para vender. Pegada a la puerta hay una mesa solitaria. A mi derecha, se extienden varias de ellas. Todas mesas redondas con el pequeño menú a un lado. Algunas lámparas están distribuidas alumbrando con su brillo amarillo el lugar.
El ambiente es cálido y acogedor.
Hay una señorita, bastante linda debo decir, tras la barra y un hombre llevando los pedidos a sus correspondientes mesas.
Sólo hay dos clientes en el local.
La campanilla avisa de mi llegada y la mujer me mira. Me sonríe.
Yo lo hago igual y me dirijo a la mesa más alejada de la puerta. A un rinconcito.No necesito hacer ningún pedido. Llevo años viniendo aquí y se han hecho a la costumbre de recibirme con una taza de café con tres cucharadas de azúcar. Incluso la mujer se toma el trabajo de traérmela ella misma y no depender del camarero.
Esa es otra cosa que me gusta del lugar. No tienen a las mujeres meta corrida sirviendo a los clientes. Aunque ella lo hace con gusto, creo.
Me acomodo en la silla después de dejar mi saco en el respaldo. Aflojo ligeramente el nudo de mi corbata y abro el primer botón de mi camisa. A pesar de que me guste como me queda la ropa, me siento un poco ahogado. Apago la música. Llevo una mochila que coloco contra la pared después de sacar algún libro que ha caído en mis manos.
Soy fanático de la lectura.
Llega ella con el café.
Es extraño como después de tantos años ninguno conoce el nombre del otro, pero, aun así, nos saludamos como íntimos amigos.
— ¿Cómo estás hoy? — me pregunta mientras deja la taza delante de mí.
Extrañamente sé que su pregunta es sincera y no un simple saludo de cortesía a quien colabora a pagar su sueldo.
—Algo cansado. ¿Todo tranquilo por acá?
—Como siempre, corazón— me dice, acariciando a penas mi mejilla para luego irse a su lugar.
¿Se entiende? ¿Cómo no podría gustarme éste lugar?
Me acerco al brebaje y lo huelo.
Como adoro este aroma.Abro mi libro a pocas páginas del comienzo. Es nuevo. Comienzo a leer y puedo asegurar que me pierdo dentro del libro.
Ya no hay nada que me distraiga de mi lectura y de mí café.Día tras día es lo mismo.
Paso las páginas y paso los tragos hasta terminarme mi café. Levanto la vista y noto el local vacío.
Cierro mi libro, respiro profundamente y guardo mis cosas.Sé que no debo hacerlo y sé que ella me lo recuerda, pero, aun así, tomo la taza y la llevo a la barra. Se la entrego junto con el dinero de la cuenta.
—¿Otra vez? ¿Cuántas veces te dije que...— comienza, pero la interrumpo
—¿Y cuántas veces te dije yo que quiero hacerlo y no me es molestia? — ambos sonreímos y acaricio su mano cuando la estira para tomar la taza.
—¿Nos vemos mañana? — me pregunta en broma. Sabe que volveré.
—No lo sé— le contesto. Otro juego. Y me alejo tras dirigirle una última sonrisa.
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Una taza de café a las 12
Short StoryUna taza de café. Miles de mensajes. Si tan sólo escribieramos en ves de hablar. Porque los jóvenes no tan jóvenes se sienten cómodos juntos sin siquiera oírse. Una taza de café puede ser todo un mundo. Volvamos un poquito en el tiempo y recordemos...