Un café frio

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Hoy tengo un día optimista. Espero que todo salga bien... o al menos que no salga mal.

Siempre iré en busca del menor daño de no ser posible el mayor bien.

Tomemos el mal menor como alternativa- Aristóteles.

Mi tan hermosa rutina ha sido desmantelada, destrozada, desmembrada, el día de hoy.
Incluso he faltado al trabajo.

Si, sé que no está bien. Sé que me perjudica. Sé que tampoco es sano.

¿Por qué digo que no lo es? Fácil.
Creo... no, estoy completamente seguro de que tengo una pequeña obsesión. Y digo pequeña para no quedar tan mal.
Todo por una joven que no conozco ni me conoce, que sólo he visto dos veces y con la cual no he hablado nunca, si obviamos el hecho de esas dos pobres notas.

Como dije, he faltado al trabajo y estoy en mi dulce esquinita. En mi dulce taza de café.

Pero el problema es que llegué aquí a las nueve de la mañana.

No me parece que esto sea sano.

Ya son las 12. Siempre son las 12.

Tantas horas y no he conseguido ver a la joven.

Maldita suerte la mía.

Pero el primer día la vi bastante tarde y el segundo, ella me sorprendió en mi horario de llegada.

Tengo la esperanza de volver a verla.

Aunque no descubrí el porqué de ese repentino deseo.

Me he pasado el día leyendo.
Río. No voy a mentir.
Me he pasado el día tratando de leer.
Mis ojos solo tienen atención para la puerta del lugar.

También llevo una pluma en mi bolsillo y un fajo de servilletas que no he parado de toquetear fruto de mi tensión y nerviosismo.

¿Hace falta explicar por qué están ahí? ¿Por qué llevo una pluma?

Sólo nos hemos comunicado a través del papel y, por alguna razón que no tengo clara aún, pienso seguir haciéndolo.

Si la veo, claro está.

Todavía no sé qué le diré. Que le escribiré.

Llega ella con el café.

—Ésta ya es tu tercera taza— me dice mientras la deja delante de mí.

Me limito a asentir.

—Ya es bastante raro que hayas venido tan temprano y ahora no me hablas. ¿Me vas a decir que te pasa?

¿Qué puedo responderle? Porque ni yo lo sé. No tengo una idea clara.

—¿Te puedo hacer una pregunta?

—El muerto habla— exclama poniendo los brazos sobre su cabeza—. Todas las que quieras.

Tampoco se me ocurre que pregunta hacerle. Sólo puedo pensar en esa joven, en su mensaje.

—Houston, tenemos un problema— recita con voz monocorde—. Perdimos la comunicación.

—Muy graciosa— la corto.

—Parece que estoy hablando sola.

—¿Quién era la chica de ayer? — le suelto.

—Es. Nunca dejó de ser.

Parece que hoy vino a trabajar un payaso. No quiero perder el tiempo de ésta manera.

—Gracias por el café. Puede seguir trabajando.

Una taza de café a las 12Donde viven las historias. Descúbrelo ahora