habitación de soledades

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Acalla la soledad bulliciosa que invade mis días, hábito insano.
Circulos mórbidos bajo mis orbes inertes, mueca dolorosa dibujada a través de una teatral sonrisa.
Ya no me atrevo a ocultar las heridas que abrazan mi piel.
Qué más exacto a la realidad es que soy sólo un vestigio de lo que alguna vez imaginé.
Una silueta desdibujada, diluida violentamente por el cruel paso del tiempo y sus circunstancias.
¿Qué sabes tú de mí?

Pulseras violetas decoran mis débiles muñecas, coágulos sanguínoleos que cubren el refugio exterior de mis costillas.
Puntos cicatrizados al dobles de mis antebrazos, la obscuridad se propaga cuál enfermedad de pie frente a tí en tales condiciones, esperando ser parte sólo una pesadilla transitoria.
Barniz mostaza adorna mis incisivos ahora podridos bajo el hogar de las larvas en mis dientes.
Constitución jorobada, pequeña, insuficiencia envuelta en ropajes que desprenden lástima, y un manojo de angustia emulando tal imagen de sí misma.

Temo decir pequeña, no es más que el reflejo vívido de tu visible tristeza. Temes tanto la pérdida, que al ignorar su cura mueres lenta y miserablemente, sofocando a la esperanza.
Su presencia inamovible causa de estragos venideros.
Te consumes en ésta, hasta que se funden en una sola causa.
Tu persona, carencia exorcisada de toda dicha y calma, qué enloqueces antes de siquiera poderlo asimilar.