No hay nada que beber en este apartamento. Los muertos no toman vino y
tampoco comen caramelos de leche, mi único deseo en este momento. Aún
es temprano y decido ir de compras. ¿Decido vivir? Al menos otro día.
Busco un abrigo y una bufanda. Hace frío, no necesito salir a la calle para
sentirlo. Rebusco en el bolso las llaves y el dinero, no iré muy lejos. Solo
espero no encontrarme con el pesado del vecino. Natzu descansa en su
cómoda cama, levanta la mirada al sentir la puerta, pero no se inmuta y
vuelve a posar su cabeza en el mismo sitio.
Los corredores del edificio están vacíos. Las manecillas del reloj avisan
de que faltan quince minutos para las 8:00 p.m. La tienda queda a dos
calles. Camino entre el viento y el frío. Mis pasos son lentos, aun así llego
en poco tiempo. Ya en el supermercado, me dirijo al estante de vinos. Tomo
una botella de vino tinto y busco los caramelos de leche. Recuerdo que no
hay nada para el desayuno. Café, necesitaré leche, algo de fruta y huevos.
Volver a la rutina no es gratificante, un día tras otro, repetidos pasos, sin
eventos, nada que marque un día y otro. Voy a la caja registradora y un
hombre, no mayor de treinta, me cobra sin dejar de mirar los informativos
en una televisión que cuelga del techo. El presentador informa:
«Un hombre de veintitrés años se ha precipitado desde un edificio de diez
pisos en Usaquén, a las tres de la tarde, frente a la mirada de transeúntes
angustiados. Las cámaras de seguridad del inmueble registraron el
momento en que el hombre empezó a arrojar sus objetos de valor al suelo,
precipitándose él mismo instantes más tarde y muriendo en el acto. El
occiso, según atestiguan sus familiares, solo dejó una carta en la que explica
sus razones. Tras la pausa publicitaria ampliaremos este hecho y otras
noticias…»
Pago rápidamente y atravieso las calles con prisa. Llego al edificio y subo
los peldaños de dos en dos hasta llegar al apartamento. Natzu continúa
tendido en su cama y observa como cruzo frente a él, con las bolsas en la
mano. Enciendo el televisor y pongo a grabar la noticia. Afortunadamente
todavía están en anuncios. Mi corazón late deprisa; hace mucho que no sentía este nerviosismo. Tengo mil incógnitas y, al mismo tiempo,
preocupación por si alguien ha visto como cogí la documentación de J.P.M.
Sé que no han pasado más que segundos desde que entré en casa, pero el
tiempo parece eterno. Camino de un lado a otro, me quito el abrigo y la
bufanda, siento calor. Dejo las bolsas en la mesa de la cocina y vuelvo
rápidamente al escuchar el sonido anunciando que van a empezar las
noticias.
«Sobre las tres de esta tarde, J.P.M., un estudiante de Administración de
Negocios Internacionales, se lanzó al vacío desde un edificio de casi diez
pisos de altura, en la localidad de Usaquén. Al parecer, su novia, con la que
mantenía una relación desde hace más de dos años, acababa de cancelar sin
justificación el compromiso matrimonial con el occiso. La madre afirma
que el joven era un buen hijo, trabajador y que nunca hizo mal a nadie. La
ex prometida, por su parte, no quiso hacer declaraciones, solo mostró la
carta que J.P.M. le dejó:
Te pierdo a ti y ¿para qué necesito la vida? Vivir sin ti es como no
respirar. No puedo llorar, no soy de los amantes que ruegan, soy de los que
se alejan. ¿A dónde debo ir? Todo parece frío e inseguro. Nunca fui bueno
para nada, nunca pude con las palabras. No sé de dónde salen estas. Te
aborrezco tanto como te amo. No tengo un futuro. Tú lo has matado con
cada sueño compartido. ¿Dónde quedo yo en tu vida?, ¿dónde queda cada
beso, cada caricia, cada parte de ti, cada recuerdo?
Nuestra historia nadie podrá contarla. Te costó poco tiempo perder las
energías. Tú eras la mía. Sin ti no soy más que un perro callejero, soy un
ratón escondido en el fondo de un callejón sin salida. La primera vez que te
vi fue frente a ese edificio viejo, tan hermosa que me enamoré solo con tu
presencia. Esa calle ya no la transitas, así como no caminarás de nuevo a
mi lado. Mi muerte estará vigente donde estuvo la razón de mi vida, en esa
calle, frente a ese edificio tan deteriorado como nuestro amor que culmina.
Todos te culparán por un afecto muerto, pero nadie puede culpar a quien
ha perdido la ilusión. Morir es el único camino para dignificar esto que
termina. Tal vez Dios, en el cielo, me perdone por rechazar la vida que me
otorga. Nadie la ha pedido, no puedes dar la vida para después quitarla, no
puedes dejarme vacío por dentro. Nada tengo, nada doy. Adiós, hermosa mía. Adiós, familia amada. Ya el tiempo es solo un pasar de segundos, para
mí estar sin ti es un infierno.
Apago el televisor, permaneciendo sentada frente a la pantalla oscura. No
sé en qué momento me senté. Intento no pensar, me pongo en pie como un
zombi y camino hacia la cocina. Con la botella entre mis manos, que están
temblando, penetro el corcho con el utensilio y lo extraigo luego de
enroscar con fuerza. Al intentar quitarlo del descorchador, me corto en la
palma de la mano izquierda. “¡Mierda!”, grito, por fin, saliendo de mi
silencio y de mis pensamientos. “¡Mierda!”, vuelvo a gritar totalmente
exaltada. No puedo creer que no me haya podido suicidar por algo tan
corriente como un amor obstruido, por no poder vivir sin una mujer de
mierda. Qué lástima me das, J.P.M.; matarte por una mujer, robar mi escena,
mi idea y el día de mi muerte por la trivialidad del amor, darle más valor a
ella que a ti mismo. La sangre corre por mi muñeca, así que busco una
toalla absorbente. Natzu sale de su encierro y me observa. No se acerca,
pero su sola presencia me tranquiliza; respiro profundamente. Matarse por
alguien, qué idea tan corriente. Suicidio pasional, qué burdo. El amor como
herramienta de suicidio. Nunca he amado, daría todo por lo que él vivió,
puesto que es mejor sentir algo que verse vacío por dentro. El perder es
parte de la vida, grandísimo imbécil, el no sentir nada solo me pasa a mí.
Retiro la toalla absorbente y lavo la mano. Siento ardor, pero la herida no
es profunda. Busco alcohol y desinfectante en un pequeño botiquín que está
en lo alto de las alacenas de la cocina. Limpio la herida con cuidado y luego
la cubro con una gasa, preguntándome para qué tanto cuidado. Tomando de
nuevo la botella de vino, una copa y la bolsa de dulces, apago la luz y me
dirijo a la habitación. Natzu me sigue y me acompaña a los pies de la cama
hasta que siente frío y se acuesta en la suya. Yo bebo mirando un especial
de Expedición en la Antártida, llevada a cabo por el inglés Francis Drake en
1578. Fue ahí cuando se descubrió el pasaje de Drake, el tramo que separa
América del Sur de la Antártida, entre el cabo de Hornos, en Chile, y las
Islas Shetland del Sur. Después de dos copas de vino y cuatro caramelos de
leche, el sueño me busca. Me levanto de la cama tibia para ponerme el
pijama, lavarme los dientes y me vuelvo a acostar. La noche es fría y
tranquila.
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100 cartas suicidas
PoesiaA quien me enseñó que: "No podemos cambiar el mundo, pero sí la percepción que tenemos de él". créditos a la autora Johana Quintero