𝙲𝚎𝚛𝚛𝚘 𝚍𝚎 𝚕𝚊 𝙼𝚞𝚎𝚛𝚝𝚎, 𝙲𝚘𝚜𝚝𝚊 𝚁𝚒𝚌𝚊, 𝚑𝚊𝚌𝚎 29 𝚊𝚗̃𝚘𝚜
Masaru estaba por devolver el desayuno. El pobre se veía morado, a punto de desmayarse en el asiento del helicóptero. Mikumo bufó, apartando su molesto mechón de cabello.
—No era necesario que vinieras -dijo, dando unas palmaditas en la espalda de su moribundo amigo—. Sé que no te gustan las alturas, o el mar, o cualquier cosa que tenga que ver con salir-
—Sí, ... yaaaa enten-dí —murmuró su mejor amigo. La humillación era un golpe para su pequeño y casi inexistente ego. Respiraba con muchas pausas y hacía un esfuerzo para no perder la compostura—. Pero noooo puedo dejar-te sssolo. Sabrá Diossss... en donde terminarí-as sin miiii...
Dejo la última palabra fluir mientras vomitaba en la bolsa de papel. El copiloto gritó que no ensuciara los asientos.
Miró por la ventana y suspiró: el lugar era impresionante, niebla e inclinaciones rocosas llenas de vegetación, pero no vino por la vista. Su verdadero motivo era encontrar su única oportunidad de vida. Pero ¿y si no encuentro nada?, pensó. Un sentimiento amargo subió por su garganta, pero inmediatamente lo alejó. Piensa con la mente fría, idiota.
Observó un lugar en específico. Con ayuda del movimiento de las hélices pudo ver su destino.
—No te preocupes. Tu sufrimiento terminará pronto.
Masaru no parecía creerle, pero cuando el piloto dijo que habían llegado, pudo ver un pequeña sonrisa en su rostro, para luego volver a vomitar.
Aterrizaron al borde de un gran acantilado, donde los esperaban cuatro hombres uniformados. Uno de ellos tenía pinta de tener un cuchillo hasta debajo de la lengua.
Abrieron la puerta y Masaru salió disparado para respirar el húmedo aire de la montaña. Mikumo se tomó su tiempo, sacó sus muletas con algo de dificultad y bajo del helicóptero sin ayuda. De repente empezó a toser.
—¿Se encuentra bien? ¿Necesita un doctor? —preguntó uno de los hombres que había contratado para esta misión.
—No creo que sea necesario —Masaru se acercó. Tenía mejor semblante. Ya parecía mas él, con los lentes rotos y torcidos. Le compraría otros después—. Él es el doctor.
Era un chiste tan malo que hasta daba vergüenza.
Le dio un débil golpe en las costillas y le ordenó a los muchachos que bajaran el equipo.
Masaru lo acompaño hasta la pequeña entrada de la cueva. Faltaba unas cuantas horas hasta que el sol se escondiera, así que los murciélagos seguían dormidos. Podía ver los pequeños bultos negros posados en las estalactitas; algunos se movían y luego volvían a quedarse quietos.
—Esto es lo más loco que has probado hasta ahora -dijo Masaru, viendo como bajan el aparato que los ayudaría a contenerlos—. ¿Aún llevamos el registro original?
—Deje de contar después del número 101 —Mentira. Seguía contando. Éste era el número 269.
El sentimiento agridulce volvió a subir por su garganta. La mayoría de ellos apenas y podía considerarlos experimentos como tal. Solo teorías sin salida. Solo ocho habían sido lo suficientemente convincentes, y más de uno lo había dejado hospitalizado por meses.
—Y ¿será diferente? ¿Funcionará?
No lo sé. Eso es lo que quería responder. No lo sabía, en lo absoluto.
—Esperemos obtener los resultados deseados, M.
Su amigo hizo una mueca. Esa misma que hacía cuando comía limón.
—No tienes creatividad, Izuku.
—Claro, y ese apodo mío es mejor —refunfuño. Odiaba cuando Masaru lo llamaba así. No tenía nada que ver con su verdadero nombre.
—Bueno, siempre he dicho que tienes más cara de Izuku que de Mikumo.
—Y se supone que tú eres el mayor.
Lo miró por un segundo y luego vio al abismo. No otra vez, pensó. No quería esa mirada. Sabía lo que significaba.
—Sí esto no funciona-
—Funcionará —Él también miro a la nada-. Debe funcionar... Es lo único que me queda —Su voz se cortó y apretó las muletas con fuerza.
Masaru se volvió hacia el y se obligó a sonreír.
—Eso espero, porque quiero que sigas vivo para cuando mi hijo diga sus primeras palabras.
El mundo se detuvo un milisegundo.
—Oh, por Fleming —Sus ojos brillaron y sonrió—. ¿Mitsuki está embarazada? Pensé que habían dejado de intentarlo.
—SI, bueno —La cara de su mejor amigo se volvió roja. Masajeo su cabello castaño con vergüenza, pero aun así, se veía mas que satisfecho—, solo pasó. Tiene tres semanas.
—Y no me dijiste -Trato de sonar indignado e hizo muecas, pero estaba feliz—. ¿Cómo te atreves?
Masaru sonrió.
—Bueno, habías estado un tanto ocupado, además de que estás... —Demacrado. Y hecho una mierda. Y era cierto. Los últimos meses empezó a decaer; está un poco más delgado y sus ojeras son enormes-. Así que decidí esperar el momento indicado.
Y estar en medio de un acantilado en Costa Rica es el lugar perfecto, pensó con sarcasmo.
—¡Jefe! —Uno de los hombres, el más grande, se acercó—. Ya está todo listo.
—Bien.
Masaru seguía mirando el horizonte. La necesidad de seguir hablando golpeaba su pecho.
—¿Estás listo?
Mikumo sonrió por lo bajo. Aún si este experimento terminaba en otro fiasco, él lo apoyaría. Siempre estarían ahí para el otro.
—Sabes que nunca lo estoy.
Y nunca lo estuvo.
Se supone que el murciélago vampiro le pondría fin a todo. Que seria la solución para su terrible y dolorosa enfermedad; no la causa de su soledad.
...
Vuelvo con una nueva idea. Esta vez Bakudeku, así que si a alguien le interesa y por ello esta leyendo esto, voten y comenten.

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Taste [BakuDeku]
FanfictionKatsuki perdió la ultima pista de su verdadera identidad con el último aliento de su madre. Quedando cómo una incógnita incapaz de descifrar hasta, que a sus 26 años, la criatura que vivía en él cobró vida, matando a dos tipos que intentaron asaltar...