PROLOGO.

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Hacía un frío descomunal. El aire de la mañana me quema el rostro y atraviesa la tela de mis pantalones chándal azul oscuro y mi abrigo deportivo. Por suerte había traído un gorro, de lo contrario terminaría con las orejas congeladas.

Cualquiera que me viera correr en pleno febrero por estas calles pensaría que estoy mal de la cabeza.

Solo había un puñado de personas en las proximidades: gente que sale de sus casa suburbanas de dos pisos ya sea para ir al trabajo o recoger el periódico en la acera, envueltos en toneladas de tela y lana con la esperanza de protegerse del frío.
Algunos de ellos eran gente que conocía de toda la vida. Gente que habían convivido en este barrio incluso antes de que yo naciera y habian sido testigos de cada faceta de mi vida.

Algunos incluso me saludaban desde sus porches al verme pasar.
Mecánicamente levanto la mano y los saludo, escuchando a través de mis audífonos "21 Questions" de 50 Cent y Nate Dogg.

Ignoro las palabras, posiblemente de aliento, que salían de sus labios. Palabras que ya estoy cansada de escuchar, desde que volví a esta maldita ciudad.

Ya había tenido suficiente de tristeza en Afganistán. Volví con el objetivo de empezar de nuevo y ser por una vez en mi vida esa persona que mis padres siempre quisieron que fuera, especialmente mi padre.

¿Me pregunto qué diría él si supiera que su hija es ahora interna en el Seattle Mary H. West? Que después de todo, al fin había decidido convertirme en médico, y no de combate para variar... o por lo menos intentarlo, claro.

Tal vez no llegue a ser tan buena como mi padre, pero por lo menos es un comienzo: Podré curar enfermedades en vez de curar heridas de balas.

Cuando por fin termino de correr mis 10 kilómetros diarios, miro el móvil una vez más. Lo hago como más de 100 veces al día. Mi madre se volvió a casar hace dos años aproximadamente y ahora está embarazada con su nuevo esposo, John. Voy a tener una hermanita y quiero estar al tanto de cualquier novedad para coger un avión hacia Miami si pasa cualquier cosa. Siempre he sido hija única, por lo que estoy más que emocionada de conocer a la pequeña Jesa.

Por ahora lo único que recibo son fotos de su enorme pansota y los dulces tan increíbles que prepara en la cocina, junto con un mensaje de apoyo como "te extraño" o "ya deseo que vengas a Miami".

Parece ser feliz y yo me alegro mucho por ella, a pesar de los problemas que hemos tenido en el pasado con respecto a su nuevo matrimonio y su mudanza a Florida, bien lejos de mi y el hogar en el que he convivido toda mi infancia y adolescencia.

Llevo los cascos a todo volumen incluso cuando entro a la cafetería donde siempre desayuno todos los días después de mis carreras tempranas. El antro está lleno de gente hasta las pelotas como todos los días y estoy tan concentrada viendo una foto de mi madre en la cocina que  mi hombro choca accidentalmente con otra persona.
Siseo una disculpa rápida y creo escuchar un "fíjate por donde vas negra estúpida" por lo que mi cuerpo se paraliza en el lugar y rápidamente me quito los cascos.

Me doy la vuelta dispuesta a chillarle a ese idiota pero cuando miro el hombre ya estaba cruzando la calle, con las manos en los bolsillos de su abrigo negro de capucha emplumada y unos elegantes mocasines de aspecto notablemente caro.

Frunzo el ceño molesta y con los puños apretado me doy la vuelta nuevamente y avanzo hacia la barra.

—Un cappucino y una hamburguesa de cerdo con doble de queso y jamón —pido rápidamente a la dependiente.

La muchacha me sonríe como siempre en modo de respuesta y me prepara el café en la veloz cafetera. Cuando me entrega el vaso en mis manos, aspiro complacida el delicioso olor y rozo apenas mis labios con el borde del plástico cuando repentinamente escucho un fuerte estruendo que me hace soltar el vaso, vertiendo todo el líquido marrón en el suelo de madera.

La gente a mi alrededor enseguida se levanta de sus asientos alarmados, todos observando a través del gran ventanal de la cafetería lo que estaba sucediendo afuera. Instintivamente me levanto del taburete y salgo de la cafetería prácticamente corriendo como un rayo hacia la acera donde una gran multitud ya se había reunido alrededor del accidente. Me abro paso a base de empujones y cuando ya estoy en la primera fila, veo impactada una camioneta negra a unos cuantos metros más adelante con el cristal del parabrisas totalmente destrozado, una enorme magulladura en el parachoques y humo saliendo del capó.

No tardo en saber que ocurrió al ver a la víctima tirada en el suelo justo en el medio del paso de cebra que atraviesa la avenida, donde los autos no dejan de pitar en presencia del accidente. Velozmente corro hacia la persona y me arrodillo frente a su cuerpo inerte.

Era un hombre joven, blanco y alto, que reconzco enseguida por sus mocasines como la persona que chocó conmigo hace apenas unos segundos y me dijo negra estúpida prácticamente en mi cara.

Tiene una horrible herida en la cabeza que no deja de sangrar y su hombro parece estar dislocado, además de que su pierna derecha tiene una posición muy poco normal.
Enseguida reviso su pulso en el cuello y en su muñeca, y suspiro aliviada al notar que está vivo. Aunque parezca ser un idiota, no quiere decir que merezca morir ¿verdad?

—¡Qué alguien llame una ambulancia!—grito inmediatamente a la vez que me quito mi abrigo deportivo y lo coloco en la parte trasera de su cabeza con cuidado para intentar detener la hemorragia, ignorando el aire gélido que golpea la piel desnuda de mis brazos sin piedad.

De reojo por suerte veo que varias personas ya están llamando al 911 a la misma vez que le hecho un vistazo preocupada a la camioneta negra, donde el conductor no parece estar moviéndose, lo que significa que estará seguramente inconsciente.

—Mierda —maldigo entre dientes y vuelvo a mirar al tipo bajo de mi con preocupación. Será mejor que esa ambulancia se apresure.

Pero a tu lado (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora