Althea había llegado a New Orleans hace dos semana, calculando los dolores de los típicos cambios climatológicos de los estados del país.
-¡Althea! –grita su hermana gemela, Esteffani.
Althea estaba apunto de salir, se cubre rápidamente los ojos al ver a su hermana semi desnuda salir del cuarto de baño.
-¡Dios, Esteffani! Debes aprender a cubrirte.
Esteffani sonríe satisfactoriamente, solo quería molestar a su hermana gemela menor al instante se le quita esa sonrisa, dándose cuenta al lugar donde se dirige su hermana.
-¿vas nuevamente?
Althea se encoje de hombros y asiente sin mirarla. Esteffani mueve su cabeza en negación. ¿Cuándo dejará Althea de visitar ese lugar? Era la pregunta que siempre se hacia. Esteffani suspira hondamente en total desaprobación, igualmente ladea su cabeza en dirección a la puerta.
-No puedo frenarte, si quieres seguir no te detendré, Ve.
Althea se acercó rápidamente a su hermana y le dio un abrazo rápido, al instante arruga la nariz al darse cuenta que estaba un poco empapada de agua por Esteffani. Con esa alegría sale del departamento que esta compartiendo con su gemela.
Althea estaba tan agradecida con su hermana en que la apoyara con un consultorio aquí en New Orleans, dentro de 2 semanas mas se iba a Detroit para hacer otro consultorio y así dejar marca en el mundo de la Psicología. Había crecido en el mundo de las charlas emocionales personales, ella era técnicamente como la nueva Covey en el mundo de la gente efectiva. Solo que su efectividad no la basaba a ella precisamente.
Estaba acercándose a la puerta del Bar conocido como el Santuario, desde que había venido aquí a New Orleans, lo único que le había parecido fantástico era ese Bar.
Todas las personas de aquí, lo conocían. Decían que llevaba Siglos, que el Club es una antigüedad en carne viva y aun así parece como un edifico de arquitectura moderna. Esas ultimas dos semanas, solo visitaba el Santuario cuatro veces a la semana… ¿Cómo no visitarlo? había meseros, porteros, chicos de licor realmente Atractivos y eso va en toda su palabra. La mayor parte de las amigas de Esteffani iban allí y ellas fueron quienes hicieron que Althea se convirtiera en una amante de cuyo Club.
Solo que el Club no era lo que la atraía más, era ese chico… Remi.
Resignada por esos pensamientos de un chico que probablemente nunca le haga caso, inclina amigablemente la cabeza al hombre glamurosamente atractivo que esta recostado en la puerta. Althea no podía entender como un chico tan sensual podría estar solo exhibiéndose en una puerta, su cabello dorado hasta los hombros, sus hombros pegados a la pared están ¡Tan Fornidos! En una camiseta blanca y una casaca de cuero, ese vaquero no le hacia juicio a esas perfectas curvas que estaban alejadas de la pared. Él le devolvió el saludo con la cabeza.
¿Al caso todo mundo pensaba en darle indicaciones con la cabeza? Menos mal que entendía algunas señales, por que de otra forma les estaría preguntando que mierda están tratándole de decir por que si se habrán dado cuenta, ella no era Sorda y Muda.
El lugar es una arquitectura perfecta moderna del Siglo XX de un estilo Europeo, nuevamente la desilusionó la idea. Nunca estará en Europa.
No estaba segura de donde sentarse. Remi siempre pasaba cuando ella estaba en ese bar, ¿quizás por que es donde trabaja? Ella meneo su cabeza, su subconsciente la estaba molestando otra vez. Ella detestaba la idea de ser psicóloga y no controlarse, no controlar a su involuntario menos sus emociones.
-¿Qué te sirvo, florcita?
Althea arquea una ceja al darse cuenta del diminutivo que Aimee le ha puesto. Aimee es una rubia perfectamente hermosa con unos grandes ojos azules, será pequeña en contextura con un cuerpo que enloquece a todo hombre de este bar pero el único hombre que podría apaciguar a la osita, era su Fang.