II Sueños y realidades

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Ya había anochecido cuando Jess llegó a su casa, agachándose y levantando el tapete de bienvenida sacó una llavecita, la introdujo en la cerradura, entró con las sandalias en sus manos y haciendo el menor ruido posible. Su madre estaba en su máquina de escribir con velas encendidas a su alrededor, las sombras iluminaban su rostro tenuemente, revelando dos oscuros círculos negros bajo sus ojos, ella trabajaba todo el día en el periódico local escribiendo artículos y cuando llegaba a su casa y se sentía inspirada se sentaba en el estudio, apagaba las luces y comenzaba a escribir. Siempre había querido ser una escritora de renombre, pero las circunstancias de la vida no se lo habían permitido.


–Hola mamá– dijo Jess suavemente


–Hola hija. ¿Qué tal estuvo? – preguntó ella sin despegar los ojos de las teclas.


–Bien mamá– respondió Jess. – Estuvo bien.


–Me alegro, cariño. En la cocina hay pie de chocolate, tu favorito.


–Gracias, mami. – dijo Jess encaminándose a las escaleras.


– ¿Jess? –


– ¿Sí, mamá? – Esa pregunta nunca es buena, pensaba Jess. No quería tener que explicarle lo qué había sucedido con Jared y por qué se sentía así.


–Ven acá y dame un abrazo.


Jess dejó escapar una larga respiración que no sabía que estaba conteniendo. Puso sus manos en el barandal de la escalera y bajó lentamente, se aproximó a su madre, la miró y la abrazó fuertemente. Aquel abrazo fue contraproducente, sí bien la hacía sentir segura, también funcionaba como detonante. En el instante en el que su madre puso sus brazos alrededor de ella, Jess sintió la necesidad de romper en llanto, de desahogarse con la única mujer que siempre la entendería, pero era complicado y no tenía fuerzas para hacerlo. Con evidente esfuerzo logró contener las lágrimas y respirar pausadamente.


– ¿Te pasa algo, cielo? – ¡Oh, rayos! El abrazo sólo había sido el preliminar, debería haberlo sabido, sin embargo se las arregló para contestar.


–Nada mamá, estoy bien. – respondió Jess titubeante. –Es sólo que extrañaré a Jared, ya sabes, y a ti– ¡Oh no, no quería llorar, hoy no!


–Dulzura, lo sé, pero te conozco y aunque me mientas sé que hay algo más. No voy a forzarte a decírmelo, pero deseo que sepas que confías en mí y que cuando estés lista dejaré lo qué sea que esté haciendo para escucharte y apoyarte, mi cielo.


–Gracias, mamá. Iré a dormir. Te veo mañana. – Jess dijo esto posando un beso en la frente de su madre.


Se encaminó a su habitación lentamente, la puerta de esta era de caoba y estaba decorada con un collage de frases que Jared había hecho para ella. Todas las frases de sus libros favoritos se encontraban ahí. Desde Shakespeare, pasando por Mary W. Shelley y Jonathan Swift hasta John Green y Nicholas Sparks. Una ola de nostalgia la invadió, abrió la puerta y se sentó en la parte inferior de su cama con las piernas cruzadas.

Que el amor espereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora