«Asesine a un hombre. Llámame asesina, loca o defecto de la naturaleza; pero lo volvería a hacer por el bienestar de mi familia. Una y otra vez lo haría. Lo más raro del caso es que... Me agradó, me encantó su expresión cuando le clave el cuchillo; él abrió sus ojos de golpe y cayó al piso por el dolor. Sonreí cínicamente y deslice el cuchillo perforando su abdomen, sacando sus intestinos lentamente. Aproveche sus últimos momentos de vida para hacerlo pagar por lo que le hizo a mi hermana. Tal vez si hubiera actuando antes él no hubiera violado a mi hermana... Pero lo hizo y yo lo hice pagar.
Lo volteé haciendo que quedará boca bajo, le quite sus pantalones y sin pensarlo dos veces le introduje el cuchillo. Él soltó un grito tan desgarrador que hizo que parará sólo unos segundos.
Continúe metiendo y sacando el cuchillo de su ano; toda la habitación estaba llena de sangre y eso, de alguna forma, me agradaba. Mis familiares atados me miraban con horror, pero yo no podía quitar esa maliciosa sonrisa de mi cara ahora llena de sangre.
Cálculo que el hombre murió a los dos minutos, no lo sé. Pero lo que me alegra es que por lo menos lo hice pagar.»
El policía me miró con horror mientras cerraba un folder amarillo lleno de fotografías de la escena del crimen y se retiró de la habitación dejándome sola con las imágenes pasando por mi cabeza una y otra vez. Suspiré e hice mi cabeza hacia atrás, lastimandome un poco, pues mis manos estaban esposadas. Las imágenes seguían pasando y esa cínica sonrisa apareció de nuevo.******************
«Salí del cuarto de interrogación (?) confuso, pasé una mano por mi pelo rojizo y solté un suspiro.
¿Cómo era posible que una niña tan pequeña hiciera eso? La mire por la ventana, ella estaba con la cabeza hacía atrás y con una sonrisa de espanto. De la nada alzó su cabeza y miro hacía delante, era como si me mirara a los ojos. Pero eso era imposible, ella no podía verme gracias al espejo. Pero... Su miraba, incluso a distancia, reflejaba ira, muerte y promesas rotas. Ella sonrió de una manera peculiar; no daba miedo pero tampoco confianza. Una mano en mi hombro me hizo sobresaltar.
-¿Estás bien, Antonio?
Asentí frenéticamente a mi compañero y él sonrió.
-Pobre niña, no me imagino cuánto habrá sufrido cuando mató al hombre
Mire a mi compañero el cual miraba con tristeza a la niña. Él no se daba cuenta de cuán equivocado estaba.
La niña disfrutó matar al hombre y por lo que sus ojos reflejan ella podría matar en cualquier ocasión»