Llevaba ya varios meses trabajando como profesora de un instituto muy reconocido. Al parecer mi desempeño fue más de lo que esperaban de alguien de 22 años y con nula experiencia. Desde pequeña siempre tuve la loca idea de ser profesora, estaba determinada en convertirme en alguien capaz de servir de apoyo a los jóvenes que lo necesitaban. Así con esa idea en mi mente, salí al mundo para llevar mis conocimientos a los que serían mis estudiantes. Lo que nunca pensé fue que llegaría a enseñarle a uno de mis alumnos, algo que normalmente no se ve en las aulas de clases.
Un día, luego de mes y medio de haber llegado a ese instituto, apareció frente a mí un jovencito delgado, alto, de cabello castaño oscuro, yo me encontraba terminando con algunos pendientes antes de regresar a casa, quería terminarlos para no tener que estar mi fin de semana calificando exámenes. Eran cerca de las 7 pm, el sol ya se había ocultado, me extrañaba que aun hubiera estudiantes a esa hora.
- Gongchan, ¿Qué haces aun en la escuela? – efectivamente, el joven era uno de mis alumnos. – sabes que me has asustado.
- lo siento profesora – su cabeza estaba agachada, apenas y pude distinguir una sonrisa nerviosa.
- Dime, ¿dime en que puedo ayudarte? – parecía quererme decir algo pero por alguna razón no lo hacía.
Yo, bueno... – divagaba con la vista, jamás poso sus ojos sobre mi hasta que le pedí que hablara o si no era mejor que se fuera a casa – Lo siento – volvió disculparse
- No te disculpes, Gongchan. Solo que quiero terminar esto e irme a casa y si no me dices lo que necesitas ninguno de los dos podrá hacerlo.
Vi una expresión de preocupación en su cara que hizo que me levantara de mi asiento y pusiera una mano sobre el hombro del menor. Al sentirme cerca de él dio un pequeño paso hacia el otro lado, comenzó a temblar. Su actitud me dejo sorprendida, lo primero que me vino a la mente fue que el pobre había sido víctima de abuso y por eso evitaba el contacto con los demás.
Gongchan habla ya por favor, me estas preocupando – dije alejándome de él y con una voz más calmada – ¿alguien te ha hecho daño?
Giro la cabeza mirándome como si no hubiera entendido la razón de mi pregunta, luego negó firmemente – No es eso, lo que pasa es que tengo miedo que lo que diga pueda llegar a molestarla.
- Vamos que podría ser, si me dices que te aburren mis clases, no pasara nada, creo que puedo vivir con eso –regrese a mi asiento, cruce mis brazos sobre el escritorio y lo vi fijamente, pero evito de nuevo el contacto visual.
- Bien, supongo que ya no puedo dar vuelta atrás – lo que decía casi era un susurro hasta que inesperadamente sus ojos se posaron en los míos, debo decir que al ver esa mirada tan profunda, un escalofríos recorrió mi cuerpo, de la cabeza hasta la punta de mis pies, sentí un vuelco en mi corazón e instintivamente baje la mirada. – Profesora me gusta, mi corazón no ha dejado de latir rápidamente desde el momento en que usted entro por esa puerta. Trate de pensar que solo era simple admiración por su belleza pero fue en vano, no dejo de verla a cada instante, cada vez que cierro mis ojos su figura aparece. Yo no sé qué hacer.
Quede impactada ante tal confesión, cuando estaba aun estudiando, muchas veces las demás chicas hablaban de eso, de cuando un alumno se obsesiona con los profesores(as), algunas les aterraba el verse en una situación así, a otras les parecía tentador el asunto. Por mi parte deseaba poder evitar tal situación. Pero ahí estaba, sentada en el escritorio, con un joven que no pasaba de 17 años que acababa de confesarme que yo le gustaba, yo su maestra. ¿Qué debía decir? ¿Qué hacer?, no lo sabía. Por su siguiente comentario adivino lo que pensaba.