Escenas fuertes. +21. Si eres sensible te recomiendo no leer este apartado.
Culpa.
Lordem, Inglaterra.
Doce años antes.
Veinticuatro de julio.El pequeño Abel, con dos de sus dientes inferiores faltantes, y una sonrisa completa, parecía un saltamontes brincando de esquina a esquina en el jardín de la mansión Riox.
Los globos negros y grises estaban perfectamente acomodados por todo lo verde del jardín, los invitados se cuestionaban los colores que los Riox habían elegido para el séptimo cumpleaños de su hijo menor. No obstante, nadie especulaba en voz alta lo que rondaba sus pensamientos. Nadie se atrevería a juzgar, siquiera señalar a aquella familia. Así que solo disfrutaban; disfrutaban de la comida, de las atenciones y del lujo ostentoso en aquel hogar.
Por lo menos, los invitados eran los únicos que disfrutaban.
Del otro lado de la moneda, los pequeños hermanos Riox jugaban detrás del gran castillo inflable en el cual mayoría de niños disfrutaba dentro.
Abel ya tenía siete y se sentía feliz, porque ahora estaba de la misma edad que Ader por los próximos tres meses, tiempo que faltaba para el cumpleños de Ader en donde pronto cumpliría ocho. Aleph por su parte ya había cumplido los nueve a inicio de año, al igual que Kerman.
A pesar de ser niños, sus jugarretas eran un poco bruscas y extrañas a ojos desconocidos. Todos sabían que la familia Riox era rara, y aunque igualmente asistían a las fiestas que organizaban a lo largo de los años, iban sabiendo que eran propensos de no volver sanos y salvos a sus casas. O de no regresar nunca.
—Ayer... ¡Ayer le quité la cola a un lagarto! —Mencionó el pequeño Kerman, en un susurro eufórico. Sus primos lo observaron con sonrisas gigantescas, aniñadas, felices. Ader y Abel admiraban mucho a Kerman y a Aleph. Ellos eran los más grandes y también los respetaban, pero en silencio siempre habian querido ser como ellos, poder jugar sin tener a los mayordomos y a las nanas persiguiéndolos como buitres.
—Eso es casi nada. —Respondió Aleph, sonriendo maliciosamente con sus frenillos a la vista, estos estaban manchados de color rosa gracias a la paletita que tenía entre sus labios. —Yo vi a Ader matar a un conejo con sus manos ¡Como un villano!
Ader, en respuesta, se encogió en su lugar. Aún estaba descubriendo la razón del por qué le gustaba que los animales sufrieran. Era algo muy nuevo para él. Los otros niños solían llorar al ver sangre, al ver a los animalitos sufriendo. Abel no lloraba mucho. Él, por completo, no lo hacía. En cambio le gustaba ser la razón del dolor, le gustaba la cosa líquida y roja que manchaba su ropa. Le gustaba sarandear los cuerpos vacíos, carentes de vida.
—¿Un conejo? —Kerman frunció su ceño, viendo a uno de sus primos pequeños muy asombrado.
—Así es. —Respondió Abel, educadamente. A pesar de su edad, su léxico y su acento eran divinos. En su colegio privado le llamaban el niño prodigio. —Y fue bastante asqueroso, si me permiten comentar.
—No les creo. —Respondió Kerman, parándose y cruzando sus brazos. Siempre había sido más alto que los tres restantes.
—¡Es cierto! —Se enfurruñó Aleph, enojado de que su propio primo no le creyese lo que le estaba contando con toda honestidad.
Ader no mencionaba nada. Estaba asustado de que a Kerman se le ocurriera la idea de molestarlo al contarselo a sus padres.
—¡Debes mostrarle! —Siguió Aleph, ahora dirigiendose a su hermano menor, quien mostraba sus pequeños y claros inicios de sociopatía.