Prólogo: La sangre mancha el umbral de la muerte.

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Un relámpago deslumbra la escena macabra que está delante de mis manos; la lluvia torrencial de la madrugada de invierno cae reposándose lentamente sobre los tejados, creando un frío tenebroso que hiela mi respiración, hiriendo mis pulmones con cada exhalada nerviosa y trastocada por la más oscura de las pavuras. Observo detenidamente mis palmas, y en ellas, encuentro la sangre frívola que me acredita como el asesino bestial, como el artista enajenado a la demencia que trajinó semejante calvario a un ánima que circundaba sin rumbo en la tierra. Una culpa de esas que matan al condenado me posee instantáneamente y pongo mis manos sobre mi rostro, aún incrédulo sobre lo que acabo de hacer. ¿Realmente la maté? ¿He sido yo el verdugo de esta pobre alma? La culpa se extiende hasta lo más profundo de mi corazón y se manifiesta visiblemente en un llanto tenue que se desborda por mi barba y muere en mi chaleco teñido de un bermellón frío y salado; manchado de la sangre que me abona como el culpable de esta atrocidad.

¿Qué debería hacer? Miro su cuerpo pálido que es cubierto por un vestido blanco, de carácter victoriano y de tela muy fina, bordado minuciosamente por un hilo de color cinabrio que se confunde con la sangre que cae como una cascada de su herida profunda sobre su yugular. Su boca rosa pierde lentamente el color vívido y sus cabellos azabaches se extienden por la alfombra, caen sobre sus hombros y cubren uno de sus ojos cerúleos que en una ocasión cautivaron mi alma y la incitaron a la adoración más fervorosa que cualquier humano ha hecho jamás. De verdad que es hermosa, aún en ese estado tan perecedero y luctuoso, sigue siendo la mujer más bella

que ha vivido; es digna de ofrecerle todo lo que se es sin poner límites infranqueables en tan oscura campaña y de hecho, yo crucé las líneas de mis inhibiciones para gozar de la desbordante belleza de este ser; es digna de ser llamada como un ángel y es capaz de cautivar hasta el corazón más solitario y oscuro, sin embargo, ahora lo único que he sentir hacia ella es la pura repugnancia y desdén; y no sólo hacia ella, sino hacia mí por haberme enamorado sin medir las consecuencias.

Truenos, centellas y una pequeña lluvia de granizo comienzan a caer sobre la velada oscura de la que soy víctima; ¿Debo escapar? Lo más prudente es huir y poner en conocimiento a las autoridades sobre este hecho, de otro modo, si me llegasen a encontrar aquí, con el puñal sobre mi mano derecha y la sangre sobre mí, lo obvio del asunto caería en que yo soy un brutal asesino que trasmutado por la locura, cobró la vida de una dama cual hermosura cautiva a los ángeles y los obliga a pecar en contra del Creador. Sí, eso debo hacer, escaparé y probablemente vaya a despejar esta agonía de mi mente. Me levanto tembloroso del suelo y echo un vistazo, un último vistazo al cuerpo sin vida de esa oscura beldad. ¡Oh qué pena siento en mi corazón! ¡Su belleza sigue cautivándome, a pesar de estar ya muerta! ¡A pesar de que sólo genera en mí el tedio de haberme encontrado en esta circunstancia! ¡Ella aún me domina! No resisto un minuto más de contemplación y aparto mis ojos del pecado, y ya decidido, camino con prisa hacia el primer piso.

Bajo las escaleras rápidamente, quizás tan rápido que no siento el descenso de mis pies entre escalón y escalón; un miedo sobrenatural sobrecoge a mi

alma y miro tras mí, pues la sensación extraña de ser seguido aparece sobre mi médula dorsal en forma de un escalofrío que invade rápidamente todo mi cuerpo. Mis pies se aventuran al juego nebuloso de pisar el escalón correcto sin tener mi atención sobre la bajada, y el terror juega su pieza principal, haciendo que mis sentidos colapsen y por consiguiente, que mis pies se enreden endemoniadamente, causándome un tropiezo desde algunos 12 o 13 pies de altura que terminó en un fuerte golpe sobre mi espalda. - Mierda - exclamo adolorido y sin tomar en cuenta este pequeño percance, me levanto lleno de consternación y sigo corriendo, con dificultad, hacia el vestíbulo. - Alto. - Una voz masculina exclama agresivamente y los rayos de luz de lámparas hieren mis ojos acostumbrados a la oscuridad. - Manos arriba, no se mueva o dispararemos. - Otra voz grita, y yo obedezco rápidamente, suponiéndome lo que está sucediendo.

El Corazón de Minerva.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora