CAPÍTULO I

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-La Espada de Edengor..., un artefacto forjado en la resplandeciente Gran Fragua de los Dioses, cuyo interior alberga una energía tan vasta que escapa a la comprensión humana. Una hoja concebida a partir del más puro acero extraído de las minas Edonianas con una maestría que ningún otro herrero de la Gran Fragua podría igualar. Estos maestros, que ahora solo existen en la memoria, entregaron sus cuerpos inanimados para el servicio de los dioses, cuyas almas se perdieron para siempre debido a la codicia humana.


Se habla de trece objetos forjados por estos herreros, o quizás nueve, o incluso siete, pero su existencia es un misterio envuelto en creencias y leyendas. Sin embargo, La Espada de Edengor es una realidad tangible, otorgada al Gran Rey de Edengor en reconocimiento a su valentía y heroísmo durante la legendaria Guerra del Gran Acero. Pero, a pesar de dos décadas de búsqueda exhaustiva y numerosas expediciones, su paradero sigue siendo un enigma sin resolver. -Relataba el venerable sacerdote desde el púlpito de la catedral.


-A tonterías no más se reducen estas historias -murmuró en voz baja Arthurit, aunque no lo suficientemente bajo como para evitar que su padre lo reprendiera.


-Shh, silencio, Arthurit, y muestra respeto por la misa. -Susurró su padre mientras le daba un leve golpecito en la nuca, lo que obligó al joven a enderezarse. Aun así, su atención no duró mucho, ya que sin el murmullo se distrajo con las damas presentes en la iglesia y comenzó a mover inquietamente las piernas.


-Hoy, les encomiendo una tarea ardua pero gratamente recompensada a todos los presentes. Quien descubra la espada debe informarme de inmediato y entregármela, ya que es un objeto sagrado destinado a la Iglesia.


De repente, las voces se alzaron, preguntas sobre la recompensa inundaron el espacio. -¿Qué ofrecerás a cambio? -inquirieron algunos, mientras que otros exigieron oro.


-Por favor, mantengan la calma -pidió el sacerdote con serenidad para restaurar el silencio. -La recompensa será en abundancia: edenarios y una oportunidad para transformar sus vidas. -Anunció, finalmente, el sacerdote, logrando que la catedral quedara en completo silencio antes de invitar a la congregación a reunirse en la plaza.


-Cada uno de ustedes debe dirigirse a los sacerdotes afuera, justo frente a las escaleras junto a la fuente. Ellos recogerán sus datos para unirse al equipo de búsqueda.


Los fieles comenzaron a abandonar la iglesia, algunos con prisa, otros más lentamente, y algunos empujando para ser los primeros en salir.


Incluso Arthurit corrió para llegar a la puerta primero, aprovechando su pequeña estatura para escurrirse entre la multitud. Sin embargo, su carrera no estaba motivada por un interés en unirse a la búsqueda, sino por escapar de la iglesia lo más rápido posible. Odiaba la iglesia y todo lo relacionado con ella.


Después de alejarse lo suficiente de la multitud como para no ser visto por su familia, Arthurit corrió aún más, aprovechando su habilidad para escalar edificios y recorrer la ciudad por los tejados. Su destino era una pequeña ermita abandonada en las afueras de la ciudad, y su lugar favorito era el campanario. Allí, sentado en lo alto, contemplaba el vasto bosque al otro lado de las murallas.


Una vez llegó allí, agotado, se aferró a un colgante que llevaba consigo, y su agitada respiración comenzó a calmarse. No sabía si era el lugar o el acto de tocar el colgante, pero siempre lo hacía sentirse en paz. Quizás era simplemente una costumbre. A veces, la costumbre hace al monje.


Sin embargo, su tranquilidad fue efímera. Gritos provenientes de abajo lo sobresaltaron. Al asomarse, vio a un grupo de jóvenes hostigando a su amigo Rufus, quien no sabía cómo defenderse. Cinco contra uno.


Desde su posición elevada, Arthurit buscó un lugar en el suelo donde pudiera saltar sin lastimarse. Encontró un montón de hojas secas amontonadas detrás de los alborotadores y decidió lanzarse allí. La sorpresa de su aparición distrajo a los agresores lo suficiente como para que Arthurit pudiera decirle a Rufus que se fueran corriendo.


-Vamos, Rufus, sígueme. -Le indicó mientras señalaba unas cajas que les permitirían subir a un tejado.


Con determinación, comenzaron a correr por los tejados de la ciudad, escapando de sus perseguidores. En su huida, Arthurit no podía evitar sentir que estos momentos de aventura eran mucho más emocionantes que cualquier misa en la catedral.


Los dos amigos, Arthurit y Rufus, corrieron a través de los intrincados tejados de la ciudad, evitando hábilmente a sus perseguidores. Sus ágiles movimientos los llevaron a través de estrechos callejones y altas chimeneas, mientras los gritos de los alborotadores se desvanecían lentamente a medida que se alejaban.


La adrenalina corría por las venas de Arthurit mientras saltaba de un tejado a otro, con Rufus siguiendo de cerca. A pesar de su temor inicial, Rufus se mostraba cada vez más emocionado por la escapada, disfrutando de la emoción de la persecución y la libertad que les brindaba correr por los tejados.


Finalmente, encontraron refugio en una chimenea abandonada, donde esperaron en silencio, escuchando los murmullos de los alborotadores mientras continuaban su búsqueda en vano. La risa de Arthurit rompió el silencio, y Rufus lo miró sorprendido.-¿De qué te ríes, Arthurit? -preguntó Rufus.


-¡Esto es mucho mejor que escuchar el aburrido sermón en la catedral! -respondió Arthurit con una sonrisa traviesa.


Rufus asintió, sintiéndose agradecido por la valentía de su amigo y emocionado por la aventura que habían vivido juntos. Sabía que Arthurit siempre estaba dispuesto a protegerlo, incluso si eso significaba desafiar las normas y escapar de la Iglesia.


Con el tiempo, los dos amigos decidieron regresar a sus hogares antes de que sus familias se preocuparan por su ausencia. Aunque Arthurit no podía evitar pensar en el misterio de La Espada de Edengor y en la recompensa que ofrecía la Iglesia, estaba decidido a vivir su propia vida llena de emocionantes aventuras, lejos de las restricciones de la catedral.Mientras caminaban de regreso a la ciudad, el colgante que Arthurit llevaba alrededor de su cuello brillaba con un tenue resplandor. Era un recordatorio de su pasión por la libertad y la intriga, un símbolo de que, a pesar de las expectativas de la sociedad, él seguiría su propio camino en busca de aventuras y emociones.

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⏰ Última actualización: Sep 02, 2023 ⏰

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