Familia

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—¿Puedo pasar?

Tooru salió de sus pensamientos en el instante en que Takara, su hermana mayor, entró a la habitación a verificar si se encontraba en condiciones de recibir visitas y conversar un rato.

El capitán esbozó una sonrisa conciliadora, dándole a entender que sí, ante lo cual ella se abrió paso con ese porte y presencia tan característica en los Oikawa. 

Después de que Iwaizumi se marchara del modo en que lo hizo, el ánimo de Tooru se desplomó, aun si le comentaron diez minutos atrás que lo dejarían volver a casa al día siguiente sin problema.

Su celo, ya controlado, no le daría más preocupaciones hasta el siguiente ciclo. No obstante, lejos de aliviarlo, la preocupación lo hizo preguntarse cómo manejaría la situación. Porque aun si regresaba a la seguridad de su hogar, todo cuanto quería hacer era encerrarse en su habitación hasta que llegara el momento de largarse a la universidad, donde nadie lo conocería y, por supuesto, pudiera comenzar desde cero.

Y quién sabía, tal vez incluso le sería posible fingir que era un beta hasta que se muriera.

Mortificado, Tooru se frotó las sienes pues de pronto le dio la impresión de que, como siguiera dándole tantas vueltas al mismo asunto, iba a provocarse una migraña de proporciones épicas. 

—Vi a Hajime salir hace un rato —Su hermana era igual o más intuitiva que él: por supuesto que ella sabía que los dos no estaban en buenos términos—. ¿Hablaste con él? 

—No me dio la oportunidad —Luego agitó su mano despectivamente, restándole importancia—. Es un testarudo idiota. 

—Bueno, suelen decir que Dios los hace y ellos se juntan —Lo molestó tras tomar asiento en la única silla disponible. 

Tooru frunció el ceño, indignado. Cierto, los dos eran unos cabezas huecas insufribles y, sin embargo, seguían en la vida del otro por razones muchísimo más importantes. Aun así, llegados a tal punto, Oikawa tenía miedo de muchas cosas. Si alguien le hubiese dicho que crecer y convertirse en adulto era tan aterrador, hubiera preferido huir al país de nunca jamás y ser un niño por siempre. 

—Gracias por los ánimos. 

—Debiste explicarle la situación —Takara lo dijo como si fuese la cosa más sencilla del mundo. 

—Así de fácil, ¿no? 

Tooru ni siquiera se atrevió a mirarla; no supo si por vergüenza o temor.

Daba igual. De hecho, a tales instancias no tenía el valor con el cual enfrentarse a nadie, pues de momento ignoraba cómo lidiar con el resto del mundo. Incluso evitó revisar su teléfono ante la idea de que tendría mensajes de los chicos, quienes seguro preguntaron vía Line cómo se encontraba y si hablaría con ellos sobre lo sucedido.

Consideraba a Mattsun y a Makki buenos amigos, ya que eran solidarios y leales en sus convicciones. El problema real no radicaba en si ellos entenderían o no sus circunstancias, sino en la incapacidad de Oikawa para aceptar de una buena vez su nueva condición como Omega. 

Porque detestaba la lástima. 

Odiaba que le tuvieran compasión, ya se tenía a sí mismo para autocompadecerse en caso de que algo lo sobrepasara.

Tooru sabía perfecto cuáles eran sus flaquezas y puntos débiles; no era ningún maldito genio ni muchísimo menos un prodigio, por lo cual el trabajo duro se convirtió en su mejor ruta a seguir.

Y ser omega fue muy similar a recibir una bofetada sin piedad, todo porque al parecer la vida insistía en darle una lección que todavía no terminaba de entender. No pidió nacer así. Y luego de saberlo la sombra de su eterno complejo de inferioridad amenazó con hundirlo otra vez, ya que de los tres géneros secundarios, este era el más débil e infravalorado por un montón de razones. 

GravedadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora