Mal presentimiento

67 11 1
                                    

En el instante en que Hajime se encontró con Tooru a primera hora la mañana del lunes, inmediatamente notó que algo andaba mal.

¿Cómo lo sabía? Ambos habían sido amigos por más de una década y, a tales instancias, se conocían demasiado bien. Sin importar que a través de los años y conforme crecían aprendieron a cubrir sus rostros con distintos tipos de máscaras según la situación lo ameritase, en ciertas ocasiones era difícil no ver claramente a través de ellas. Ya que, de los dos, quien terminó convirtiéndose en un maestro en tal arte fue Oikawa. 

A percepción de Iwaizumi, aunque Tooru no fuese un prodigio como muchos de los adversarios a los cuales se enfrentaron a lo largo del tiempo hasta ese momento, a base de prueba y error aprendió no solo a convertirse en un líder inigualable, sino también en un jugador muy completo al explotar las habilidades de sus compañeros dentro de la cancha. Atraía a las personas como la luz a las polillas y todos deseaban gravitar torno a él aun si su boca era demasiado floja y el noventa por ciento de las veces su actitud rayaba en la insolencia.
 
Pese a que eran cosas que prefería no expresar en voz alta porque no pretendía subirle aún más el ego al muy cretino, lo creía en verdad. De otro modo jamás se hubiera atrevido a seguirlo en un deporte tan demandante como lo era el vóleibol. 

Pero la realidad de las cosas era que, contrario a su apariencia confiada y su actitud altanera, Tooru guardaba dentro de sí múltiples inseguridades; incluso a veces Iwaizumi se atrevía a pensar que el doble que cualquiera. Todo cuanto había aprendido y ganado gracias al vóleibol, lo consiguió a base de disciplina, constancia e insana cabezonería. Oikawa era del tipo de persona por debajo de un genio: alguien que debía esforzarse tres veces más si acaso buscaba obtener resultados positivos no solo dentro del ámbito deportivo, sino también en el académico y personal, aun si en el proceso lo hacía parecer sencillo. 

Tooru era un luchador incansable. Siempre avanzando, siempre aferrándose a vencer el sentimiento de inferioridad y la constante idea de no ser suficiente para los demás. Y justo por esos motivos a veces colapsaba o llegaba a límites infranqueables, ya que nunca se daba cuenta de que nadie iba a decepcionarse de él, ni muchísimo menos se atreverían a culparlo si fallaba. 

Hajime lo veía. También lo entendía mejor que nadie. Porque así como Oikawa se encargó de perfeccionar las sonrisas falsas, torciendo su personalidad al grado que los gestos y actitudes estudiadas engañaban al resto del mundo, él también aprendió a leer más allá de eso. Por tal motivo, una vez los dos acudieron a su punto de encuentro regular para dirigirse al colegio, notó que Oikawa actuaba de un modo extraño. Más de lo normal.

Usualmente su mejor amigo tendía a convertirse en un dolor en el trasero al poco rato de iniciar el día. Sin embargo, en aquella ocasión cambió los chistes afilados y la ironía, por comentarios bobos sin sentido haciéndole notar algo distinto en él. 
Hajime no se consideraba del tipo analítico. Por lo general el resto del mundo tendía a darle igual, a menos claro que tuviera relación directa con su entorno. Y si bien Oikawa le sonrió, a pesar de que lo llamó "Iwa-chan” tal cual solía hacerlo a diario desde sus días de secundaria, algo cambió. Y no lograba discernir qué rayos era. 

Además, le dio la ligera sospecha de que olía distinto. 

Más allá del aroma del detergente que usaban en su casa, o el desodorante corporal usual, notaba otra clase de fragancia que jamás percibió en él antes. Era sutil, casi imperceptible. Pero estaba ahí, recordándole a las diminutas flores de naranjo del jardín en la casa de su abuela, donde pasó algunos veranos cuando era pequeño. 

Confundido, se dedicó a observar a Oikawa de forma tal, que Tooru resintió de inmediato el escrutinio tan directo. Que Hajime tuviera el ceño frunció en su totalidad, tampoco ayudó demasiado. 

—Mirar a las personas tan fijamente es muy grosero, Iwa-chan —Oikawa usó un tono de voz que irritó a Iwaizumi al instante—. Todos van a pensar que eres un acosador. 

—¿Qué mierda pasa contigo? —gruñó mortificado.

—¿Conmigo? —Entonces Tooru hizo lo que mejor le salía: hacerse el desentendido—. Nada en particular. ¿Debería ocurrir algo? 

—¿Por quién rayos me tomas? Esas excusas baratas solo se las creen las locas de tus fans —Acto seguido le dio un empujón nada sutil que casi hizo a Tooru perder el equilibrio—. Anda, suéltalo antes de que te saque la verdad a golpes. 

—¿Por qué siempre soy el que debe terminar con moretones en esta relación? —Se quejó indignado. 

—Porque merecidos los tendrás donde me entere que actúas raro porque te quedaste viendo esas películas basura sobre aliens, hasta altas horas de la noche como acostumbras —Le riñó—. Van a atrofiarte el cerebro algún día, tontokawa. 

—¡Oye! Al menos tengo uno —Le sacó la lengua infantilmente—. Además, te informo que el cerebro también necesita ejercitarse a diario: no todo en la vida son músculos, Iwa-chan.

—Quieres morir, ¿cierto? —amenazó, y Tooru se estremeció ante la mala cara de su amigo. 

—Bien, lo siento —Aun así, Hajime siguió mirándolo con insistencia poniéndolo nervioso—. ¿Ahora qué? 

—Te conozco —Le advirtió reacio a dejar el tema—. Si algo está molestándote, puedes hablarlo conmigo. Y prefiero que me lo digas tú, ya que igual me voy a enterar si no lo haces: eres tan cabeza dura que luego quieres matarte en los entrenamientos, aunque la responsabilidad por las derrotas sea culpa de todos como equipo. 

Hajime notó la sorpresa en los ojos del otro muchacho, sin embargo, tras un prolongado silencio que no supo cómo llenar, Tooru esbozó una sonrisa cínica. Y, curiosamente, se trató de un gesto sincero. El primero del día. Iwaizumi tenía la certeza de que Oikawa estuvo pensando demasiado luego de su derrota contra Karasuno, vertiendo sobre él responsabilidades innecesarias. 

Y no tenía por qué. 

—El gran Hajime se preocupa por mí —dramatizó tal cual si tuviera cinco años—. Que no te escuchen los demás o se preguntarán si fue a ti a quien raptaron los extraterrestres durante el fin de semana.

—Eso gano por intentar ser amable contigo, basurakawa —Hajime soltó mortificado, tras caminar aún más rápido dejándolo atrás—. Haz lo que quieras: luego no vengas a  quejarte, mierdakawa. 

—¡Que cruel! Solo bromeaba —Tooru debió correr tras su amigo para darle alcance—. ¡Iwa-chan! ¡Espérame!

A propósito, el receptor hizo oídos sordos a los gritos de su mejor amigo, importándole poco que lo siguiera o no. Aun así, pese a que la dinámica entre ellos volvió a ser la misma, por alguna extraña razón Hajime tuvo un mal presentimiento. 

Su instinto jamás le fallaba. Y por una vez deseó estar equivocado.

GravedadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora