❄ Capítulo 2.

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Como obsequio, la nueva zarina recibió el día de su boda, un elegante espejito que tenía una cualidad notable; el don de la palabra

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Como obsequio, la nueva zarina recibió el día de su boda, un elegante espejito que tenía una cualidad notable; el don de la palabra.

Y la bella mujer, al poco tiempo, sólo con su espejo llegó a hablar confiadamente.

Sólo al hablar con él se sentía plena, alegre, poderosa, más de lo que ya era. Solo con él se sentía de buen humor. Y le decía bromeando:

— ¡Oh, espejito precioso! Hablame, pero diciéndome toda la verdad: ¿Hay alguna persona en el mundo que pueda rivalizar conmigo en belleza, y cuyo cutis sonrosado pueda compararse al mío?

Y el espejo enseguida le contestaba:

— Claro que no. Sin duda es usted, zarina, la persona más hermosa, y su cutis es el más sonrosado y perfecto que alguien haya tenido jamás.

Su alteza empezaba entonces a reír a carcajadas. A mover los hombros. A hacer contorsiones. A guiñar los ojos y a hacer chasquear los dedos.

Y, poniendo los brazos en jarras, se miraba satisfecha y orgullosa en el espejo. Mientras una sonrisa con malicia se asomaba en sus labios.

Mientras tanto, ajeno a todo aquello, crecía y florecía el joven zarévich, Megumi. El muchacho llegó por fin a ser un bello chico de ojos azules, tan hermosos como el mismo mar, con una sonrisa que podría encantar a cualquiera. Una piel blanca como la nieve que reposa en invierno, hermosos cabellos azabaches, alborotados y brillantes, y sobre todo, un carácter bondadoso. Igual al de su madre.

Habiendo cumplido tan solo catorce años de edad, su padre encontró en seguida para él un prometido, a petición del consejo real. Pues esa era la "tradición para los herederos al trono", encontrar un prometido, y casarse cuanto antes, para que cuando tuvieran que ascender al trono, ya estuvieran preparados.

Todos los antecesores habían pasado por lo mismo antes de subir al trono. Y su hijo, no iba a ser la excepción, aún en contra de su voluntad. El afortunado chico fue nada más y nada menos que el príncipe Sukuna, perteneciente a el reino del país vecino.

Ryōmen era un joven apuesto, alto y fuerte, de cabellos color rosa palo, y unos ojos de un color rojo sangre que brillaban con intensidad. Portaba siempre una sonrisa maliciosa y arrogante en su rostro. Y caminaba con la cabeza en lo alto, con superioridad, y la elegancia característica de un futuro rey.

En un principio el bello zarévich no vio más que un príncipe arrogante y mimado en el pelirosa. Algo que obviamente, él no buscaba ni quería en su futura pareja.

Él soñaba con que, el día en que llegara su inevitable boda, fuera con un hombre como él: amable, cariñoso, amoroso, generoso, y empático, no con alguien como el "príncipe arrogante".

Sus personalidades simplemente parecía chocar entre sí. Sukuna era sarcástico, orgulloso, posesivo, celoso, un tanto egoísta, un poco violento, y muy desinteresado por todo aquel que no fuera él mismo.

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⏰ Última actualización: Jul 25 ⏰

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