Recuerdo muy bien su mirada el día que me entrevistaron. Estaba tan nervioso que todo me parecía irreal, terrorífico. Pero esa era la mejor universidad del mundo, así que no podía dejar pasar una oportunidad así. El director me miraba con ojos que helaban la sangre. Yo aferraba mi morral hasta que los nudillos se me pusieron blancos. La entrevista parecía avanzar bien, aunque con su profundo acento me resultaba muy difícil seguirle la conversación.
-Muy bien, joven. Creo que eso es todo. Bienvenido oficialmente a nuestra institución. Y recuerde, no se permiten mujeres.
-S-sí, señor. Gracias, realmente gracias por esta oportunidad, estudiaré con orgullo aquí.
El director no respondió. Me sostuvo la mirada con la misma sombría postura - recta e inmóvil, parecía una estatua de mármol, sin expresiones- hasta que comprendí que debía callarme y retirarme. Quizás aquél día debí darme cuenta, pero mis nervios me hicieron atribuir todo lo que vi en él a mi propia incompostura.
-Alguien nos observa -dice uno de los profesores delegados, girándose en mi dirección entre los cuerpos que yacían a su alrededor.
-Algún joven travieso fuera de su cama a estas horas de la noche. Recibirá su castigo como corresponde -esa, sin ninguna duda, es la voz del profesor Inch. Tengo que morderme la manga para no dar un alarido de espanto. ¿También el profesor, mi mentor, estaba involucrado en esa monstruosa escena?
Cierro los ojos con fuerza cuando escucho pasos acercarse hasta el armario donde me escondo. El recuerdo de la entrevista con el director el día que me aceptaron en esta academia, lejos de casa, en medio de Europa del Este, me asalta repentinamente. Me encojo en posición fetal y espero lo inminente, con el terror recorriendo cada parte de mí. Lo siguiente que siento son unas manos pegajosas, resbaladizas. Abro los ojos y encuentro la misma escalofriante mirada que momentos antes recordaba. Pero esta vez, esa no es la mirada del director. Esos ojos son los del mismo profesor Inch.
-Joven Rodríguez -pronuncia mi apellido español con la dificultad de siempre-. Bienvenido al festín.
Suelto un alarido e intento zafarme de su agarre. Sólo entonces noto que la mano con la que me sostiene, firme y fría como piedra, estaba llena de sangre.
Cuando cierro los ojos esperando que todo sea una pesadilla, otro recuerdo me asalta. Hace pocas semanas atrás, el maestro Inch me había visitado en mi habitación a altas horas de la noche.
-Si no abre la puerta llamaré al conserje, señor Rodriguez.
Resignado y con vergüenza, abrí a medio vestir. Apenas me vió, soltó una carcajada que hizo rechinar sus blanquísimos dientes superiores con los inferiores. Su cabello oscuro y largo se meneó en el aire con el movimiento. Entró con su esbelta figura que parecía esculpida en mármol y un ademán en la mano. Observó a mi alrededor.
-Bueno. Habían reportado que usted trajo mujeres a la institución, lo cual ya sabe que está terminantemente prohibido -declaró con una media sonrisa el profesor-. Pero ya veo lo que pasa aquí. Ese vestido le sienta muy bien, señor Rodríguez. El color rojo... le queda.
Intenté cubrirme el vestido camisón con el que dormía. Al menos los corpiños estaban guardados en el armario. Aunque no era un verdadero consuelo: sin duda acababa de perder el respeto de mi maestro y mentor, el hombre a quien más admiraba en ese lugar.
-Veo que mi presencia no es de su agrado, joven. Me disculpo. Me retiro inmediatamente, ya que el asunto queda zanjado. -Caminó con pasos elegantes, como si nada hubiera pasado.
-¿No va a sancionarme? ¿No va contra las reglas vestirme de mujer?
-Mientras cumpla usted con las normas de vestimenta durante el dictado de las clases, poco interesa lo que haga en su tiempo libre. Todos tenemos nuestros secretos. Buenas noches- dijo mirándome con una sonrisa llena de sorna.
Es la misma sonrisa que tengo ahora frente a mí, junto a la mirada tan semejante a la del director el día de la entrevista. Pero ahora los dientes blancos sobresalían de los labios llenos de sangre. Comprendo lo que debía haber sabido desde ese día, todas las pistas que había pasado por alto y que confirmé infiltrándome en la reunión de profesores, a altas horas de la noche.
-Buen provecho, hermanos míos -escucho salir de sus labios, que en un segundo se abalanzan sobre mí mientras inmortalizo mi último grito en la noche.
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Cuentos al caer la noche
Short StoryLa noche llega, las luces se apagan. Y antes de dormir, ¿te animarías a leer un capítulo más? Todas las historias de esta antología son de géneros diversos. Cada capítulo es un cuento.