El poder de las palabras

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Negrita, le decían. Soy negra, pensaba al mirarse al espejo. A veces no era negrita. En la calle, era una negra. En el colegio, la negra. Los tonos variaban, las intenciones también.

Negro es un color, afirmaba el diccionario. Pero si miraba ese pequeño asterisco, encontraba una segunda palabra. Una definición nueva. O vieja. No importaba, porque estaba ahí, escondida. Escondida a simple vista. Dicho de una persona o de la raza a la que pertenece: De piel oscura o negra, rezaba el diccionario. ¿Por esto nada más?, se preguntó, ¿Por tener piel oscura? ¿Por eso me insultan? Y lloró. Lloró porque no entendía la palabra, aunque el diccionario todavía estaba abierto prometiendo dar respuestas. Pero no supo qué hacer, y siguió encogiéndose cada vez que escuchaba la palabra negra. Lo aprendió bien: no era un adjetivo. No. Era ella, era un sustantivo. Negra, la negra, una negra, esta negra. Con mayúscula, con artículos, con pronombres.

Pero un día decidió que si no podía cambiar su piel, iba a cambiar el diccionario. Lo abrió en la página correcta, y se enfrentó una vez más a la definición. Tomó un lápiz (un lápiz negro) y tachó. Negro: quien jamás se rinde.

Desde ese día, sonreía cada vez que la llamaban: Negra.

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⏰ Última actualización: Oct 03, 2022 ⏰

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