De manos, ventanas y actrices de cine

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La desgracia del cine nocturno. No a cualquier persona le gustaba dormir tarde sabiendo que al otro día debía hacer algo importante de su vida, pero también le gustaba gozar de una buena vista al cine de la conocida época de oro, otra cosa por la que también se sentía extraño. Apenas y sabía distinguir entre las siluetas de María Félix y Silvia Pinal, o entre las magnitudes de Angelines Fernández o Queta Lavat, tales como sus cinturas o sus tobillos debajo de las faldas. Se preguntaba si los pulmones de la primera en la morgue o en la autopsia se verían tan dañados como para provocarle un paro respiratorio debido a su cáncer. Hubiera sido interesante ver esa autopsia.  Le atrapaba la pantalla sin colores mientras exploraba con las manos otro sitio, el de una mujercita recostada en su pecho trazando círculos en el mismo, mientras él intentaba llegar a la parte prohibida en la parte frontal de su tórax, presa de suspiros y de la piel erizada por el tacto. La televisión se hizo borrosa y sintió ardor en sus entrañas. Supo que era su fin cuando quiso sacarse ese corazón palpitante y molesto del pecho mientras recibía el aire fresco a través de la ventana abierta y de su danzante cortina casi transparente.

La doña. Despertar al día siguiente fue un dilema complicado. Apenas y recobró la conciencia cuando vio el rayo entrar por la ventana. Sentía que le faltaba la respiración y que necesitaba sacarse cada uno de los órganos del pecho, terminar de arrancarse las venas y dejarse caer por esa ventana. Esa ventana lo hacía sentir especial, pero no tanto como la persona que lo estaba abrazando. Por la primera vista que le dio, se encontró con su querida Doña. Quizás el cabello más corto a causa de la verdadera mujer que estaba detrás de la máscara de María Félix. La nariz aguileña y la piel color nieve y cielo eran de otra persona, de la posible causante de su trance, de sentirse en un estado moribundo estando completamente dentro de sus cabales.

¿Esto es una droga?  Sabía que en su estado no podía hacer mucho. Se sentía embriagado por la alocada noche anterior viendo a María Félix y sintiendo a su amante en el pecho. Quizás había bebido demasiado de ese elixir que le corría por las piernas hasta los tobillos, o había tenido una pesadilla donde los veía a ambos y a sus actrices con el pecho abierto y los huesos de los tobillos expuestos más allá de verlos por debajo de las faldas. Podía ser algo alucinante, pero se sentía en un colapso total que lo haría tomar impulso con los brazos y saltar por la ventana, se sentía morir a pesar de jurar no haber ingerido ninguna droga o sustancia.

De cómo las manos se escapan por la ventana. Después de ver apocalipsis mientras veía una pequeña araña frente a él que, a su parecer, venía hacia él con la intención de "abrirle el estómago" (ya que él es sumamente aracnofóbico y a cualquier paso mínimo del animal se sentía al borde del abismo), se levantó de un brinco de su confortable y a veces caótica cama abriéndose paso entre el desastre de ropa y otros artilugios en el suelo que se habían convertido, dentro de su visión nublada, en miles de corazones envueltos en vendas. Tenía una extraña obsesión por ver los órganos y las autopsias de personas muertas y, eso comenzaba a pasarle factura. Se recargó en la ventana y trató de respirar hondo mientras veía las exuberantes nubes tratando de encontrarles forma, claramente, sin conseguirlo. Luego de un pequeño rato de esfuerzos, náuseas y muerte, miró sus manos. Sentía
como goteaban y escurrian  por la ventana hasta llegar al suelo. Sentía lo caliente del asfalto y lo frío de las paredes donde pegaba la sombra. Sentía que quería regresar, recostarse y sentirse mejor. Todo se cumplió en el momento que su cabeza sintió el asfalto caliente, acompañado de una gran explosión. Nos hubiera gustado decir que eran fuegos artificiales de color rojo-camión-de-bomeros/sangre.

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