"Debo confesar que soy nervioso, muy, muy nervioso, terriblemente nervioso; lo he sido
siempre y lo sigo siendo. Pero, ¿por qué se empeñan en decir que estoy loco?..."
Estaba sentada, leyendo el último libro que me regalaron entre la oscuridad de la pista de baile. Mi tío Óscar había subido a cambiar un foco y me pidió que me quedara ahí por si
alguien iba a pedir informes, cosa que no había sucedido.
No me molestaba estar ahí, en absoluto. Era tranquilo y había mucho silencio. Yo podía estar en mi propio mundo y el silencio no se quejaba; compartimos eso por mucho tiempo... La paz. Incluso llegué a pasar tiempo ahí con mis amigos y era ahí cuando podía prender todas las luces de colores, la iluminación de la cantina y del segundo piso, y entonces parecía un salón de fiestas como cualquier otro. Pero había días distintos, como aquel en el que yo iba después de la escuela. Un viernes cualquiera para hacer ronda. Insisto en que el lugar no me era desagradable, pero varios días atrás yo había escuchado en mi casa a mi mamá y mis abuelos que habían visto cosas raras en ese lugar.
—¿Ya nos vamos?
—¡Ay, tío! ¡Me asustaste!
Se acercó a mi riéndose y me dio un beso en la cabeza mientras se reía. —Así tienes a
consciencia. ándale, vámonos ya. No vayas a dejar nada. ¿Ora ́ qué estás leyendo?
—Pues según es de terror —le pasé el libro—, pero ya lo he leído y es más de suspenso, yo creo.
—Ah, bueno... Cuidadito, eh.
—¿Por qué?
—Por que no creo que te vaya a gustar estar leyendo eso aquí.
—Ay, tío —caminamos a la puerta y él la cerró detrás de mi. Todavía puedo oír el pesado cancel cerrarse—, ¿tú también lo dices por lo que andan hablando en la casa?
—No precisamente — cruzamos la cale y nos subimos al carro—, pero este lugar es muy
viejo, y podrías llegar a asustarte y a imaginarte cosas por la pura sugestión. La imaginación
es cabrona, mija.
No le contesté, pero ese comentario me rondó por la cabeza toda la tarde. Al final concluí que quizás no era del todo cierto.
Ese día recibí un mensaje de Gerardo, que en ese entonces era mi novio, para preguntarme si quería compañía para el sábado y le dije que sí sin pensarlo. Generalmente era mi tío quien pasaba las tardes conmigo y era muy divertido estar con él, además de que teníamos un pequeño acuerdo: él me dejaba pasar un rato a solas con Gerardo y a cambio él podía ir a visitar a la hija del dentista que estaba cruzando la calle. Era un ganar-ganar. Yo podía tener un ratito de besos con mi novio y él podía ganarse más rápido el corazón de Sara. Además, Gerardo y yo sabíamos qué hacer para no aburrirnos. Arriba había unas cuantas colchonetas, el dvd y la pequeña pantalla de unas 40 pulgadas, y abajo, cerca de la puerta, hay un multicontacto. Películas, Gerardo y yo.
Ese día llegamos temprano a la casa, como a las 7, después de estar allá metidos casi todo el día. Cenamos todos en familia cuando llegó mi mamá y después nos fuimos a acostar.
Recuerdo que no pude dormir esa noche. Soñé espantoso, otra vez con el pinche salón... Con
esas escaleras que tanto detesto por su fuerte rechinido, y ni hablar del largo pasillo que había
que cruzar para llegar al pequeño cuarto donde estaban el baño y la cocina.
A la mañana siguiente todo parecía estar normal. No desayunamos porque mi tío dijo que me iba a invitar a desayunar, pero era medio chismoso. Cuando llegamos allá nada más me trajo unas donitas y una leche de la tienda. Ah, pero eso sí, llegamos hechos la madre porque, según él, no quería hacer esperar mucho tiempo a Gerardo. Tenía algo de razón, porque cuando llegamos, me dijo que ya tenía como 10 minutos esperándonos.