14| El plan

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—Tenéis que ponerla al día —declaró Tsumugi, casi en contra de su voluntad, señalándome con la cabeza.

Mi presencia en su casa (si es que se le podía llamar así porque aquello se caía a trozos) todavía no le agradaba nada, pero, por lo menos, me había dejado participar en su plan de venganza, aunque fuese a regañadientes. Sin embargo, aún no tenía ni idea de en qué consistía.

—Porque yo no pienso hacerlo —sentenció Tsumugi, cruzándose de brazos.

Rantaro y Ryoma cruzaron miradas compasivas.

Los cuatros nos habíamos posicionado alrededor de la descuidada mesa del salón. Rantaro y Tsumugi en un lado y Ryoma y yo en el contrario. Este último se había erguido sobre la única silla que había disponible para poder llegar al borde de la mesa.

—No llegaremos a ningún lado con esa actitud —le reprochó Ryoma, con toda la tranquilidad del mundo—. No olvidemos quién es nuestro verdadero enemigo aquí.

Vi que Tsumugi se mordió el labio como intentando contenerse de responderle.

—Ryoma, tiene razón. —Rantaro le puso una mano en el hombro a Tsumugi, y ella lo miró con su ojo bueno—. Si no confiamos los unos en los otros, el plan no funcionará.

—Con tres personas el plan iba a funcionar perfectamente —repuso ella, torciendo los labios y lanzándome una mirada recelosa para que me quedara claro que no me quería allí.

—Nunca seremos suficientes —le recordó Rantaro, y ambos se miraron como si estuvieran compartiendo un momento íntimo que ni Ryoma ni yo entenderíamos nunca—. Lo sabes.

Tsumugi entrecerró su ojo bueno mientras miraba a Rantaro, pero, finalmente, esta soltó un resoplido y se dirigió hasta la estantería en la que habían tres libros mal cuidados y cuatro cajones muy anchos. Se colocó el pelo (que le quedaba por los hombros) detrás de la oreja cuando se agachó para abrir el último cajón.

Mientras escuchaba cómo lo revolvía, deposité mi mirada sobre la bolsa de tela que había traído Rantaro. No sabía lo que había dentro exactamente, pero me había dicho que todo era para Tsumugi, así que me quedó claro lo mucho que se preocupaba por ella, casi lo mismo que solía preocuparse por mí. Lejos de darme celos, me trajo muchos recuerdos y mucha nostalgia.

—Rantaro —lo llamó ella—. ¿Puedes ir a buscar el corcho que está en mi habitación?

—Sin problemas —respondió él, perdiéndose entre la oscuridad del pasillo.

Me sorprendió la seguridad con la que caminó hasta una de las puertas y la abrió. Se notaba que no era la primera vez que entraba en ella. No pude ver nada de lo que había dentro porque mi perspectiva no me lo permitió, pero tuve muchas ganas de curiosear. Sin embargo, me mantuve con los codos apoyados en la mesa porque quería que Tsumugi empezase a confiar en mí.

—¿Son los planos? —le preguntó Ryoma, cuando la vio sacar del cajón una cartulina blanca enorme.

—Sí, pero esto es para el final —articuló, dejando los planos en el sillón.

Rantaro no tardó en llegar con el corcho que Tsumugi le había pedido. Cuando lo dejó en la mesa, me di cuenta de que se trataba de una tabla con forma de rectángulo en la que habían fotos de gente desconocida para mí. Me recordó a los mapas que suelen hacer los detectives donde juntan a todos los sospechosos de un asesinato. Habían flechas en rojo, números debajo de las fotos, símbolos extraños y algún que otro texto. Era tanta información que no sabía por donde empezar a mirar.

El beso de una estrella (Kokichi x lectora)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora