Era más de las 11 de la noche, en un bar de Quito, la bulla de la decadente juventud viviendo el mal concepto de vivir la vida, se encontraba un joven, en una solitaria mesa, sin ninguna compañía, miraba por la ventana, tenía una mirada perdida, de esas que te obligan a buscar lo que sus ojos miran, ahí estaba él, bebiendo un poco de whisky. Observó unas hermosas damas, le fijo su mirada y ellas sonrieron, soltó una sonrisa coqueta, y dejo de mirarlas, bebió un último sorbo de su vaso.
- ¿Javier, puedes darme vino? - le preguntó al cantinero.
-Claro, Sr. Heredia- sacó una copa, y del mostrador un vino.
-Deja esa copa en paz, sírveme aquí en mi vaso- el cantinero se acercó, y llenó el vaso con el vino.
-Gracias Javier, parece que no me conoces- el cantinero sonrió.
-Sr. Heredia, ya terminó mi turno- lo dijo como si a Sr. Heredia le importará.
-Y quién será la noble alma que me llenará la vida- el cantinero, le dirigió con su mirada a la nueva cantinera, era una joven señorita, cabello negro, con unos enormes ojos cafés, al parecer poseía la misma edad que el Sr. Heredia.
-Isabel ven aquí- ella se acercó un poco tímida, saludo débil y observó al Sr. Heredia.
-Isabel esta noche te presento a Sr. Heredia, es un cliente frecuente del establecimiento- Él la vio por un momento, y retorno su mirada a Javier.
-Tranquilo Javier- bebió un poco de vino - ¿Que pensara la señorita de un alcohólico como yo? - ella sonrió.
Javier se despidió y salió por la puerta la cual poseía un gran letrero que decía "solo personal autorizado", Isabel también se retiró hacia la barra, él regresó a ver su espalda y observó el medio de ese escote, era visible una frase, la cual no pudo distinguir que idioma era. Regreso la mirada al paisaje de libertinaje de una noche de viernes.
Heredia entendía sus problemas, nunca bebía hasta perder la conciencia, nunca brindaba algún problema, siempre se mantenía en un asiento como un caballero, aunque cualquier que preguntará por él, solo existía una palabra que lo describe.
-Ahí está Don perro- dijo una de las cantineras a Isabel- ¿Por qué dices eso? Se lo ve como una persona muy centrada-.
-No lo conoces Isa- lo volvió a mirar fijamente la otra cantinera, con una mirada de desdicha y lamento, que solo se le otorga a un sueño que nunca se concretó.
Una hermosa chica entró, miró a todos lados y vio al solitario chico de camisa azul en la mesa junto a la ventana, este era sumamente alto, poseía un perfil no muy agradable, pero no sé podía catalogar como alguien feo, ella se dirigió directamente a esa mesa.
Las cantineras la observaron, él no mostró ninguna sonrisa cuando la vio, simplemente se levantó, le brindó un beso en la mejilla, y la invitó a sentarse, fue cuando llamó a Isabel.
- ¿En qué le sirvo Sr. Heredia? - le dijo con una voz de desprecio.
-Tranquila, dime Ernesto- se lo dijo sin regresarle a ver, pues su mirada solo se fijaba en los labios de la joven de rojo sentado en frente de él.
-Quiero otro vino y ella una michelada, por favor-.
-Sin Tabasco- añadió la hermosa dama.
-Sin Tabasco, la michelada, por favor- esta vez si regreso a ver a Isa, tenía una tez morena, pero con una piel tan cuidada, que solo se puede ver en modelos.
- ¿Otra cosa más? -
-No solo eso, Isabel- pronunció el Sr. Heredia mientras retorno su mirada a Isabel, ella nunca le respondió a su mirada.
Regresó un poco disgustada a la barra, sirvió otro vino en el vaso del Sr. Heredia y preparó la michelada, posteriormente fue y dejó en la mesa.
Cerca de las 2 de la mañana, Heredia se levantó y se acercó a la caja para cancelar lo consumido.
- ¿Cómo has estado Laura? - le preguntó Heredia.
-Bien, Sr. Ernesto Heredia- le respondió con una frialdad.
-Me alegro mucho, Laura- le miró fijamente, sin demostrar ninguna expresión en su rostro.
- ¿Va a dejar propina a la joven? - le dijo la cantinera regresando a ver a Isabel.
-Claro, hizo un trabajo maravilloso- entregó un billete de cinco dólares a Isabel, ella quedó sorprendida y observó como Ernesto Heredia se retiraba con la hermosa chica del lugar.
Todo ese odio que Laura poseía hacia Heredia era evidente y enorme, que le podría contagiar a Isabel, pero Isabel solo se sintió decepcionada de ese hombre, que por alguna extraña razón.
Llamó su atención.
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Mi vicio de ser odiado
Short StoryIsabel es la nueva cantinera de un pequeño bar en una gran ciudad, entre sus clientes, resalta el Sr. Ernesto Heredia, la intriga de este misterioso, cauteloso pero vicioso ser, la lleva a conocer los motivos de sus vicios, entre todos ellos: "el vi...