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LIAM

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Era jueves. Mediados de mes. El tiempo seguía tan inestable como lo había estado hasta entonces, pero, aun así, la gente iba y venía como acostumbraba a hacer cada día. Aquel también abríamos por la noche, así que no solo nos esperaba un mediodía bastante movido, sino que no volvería a casa hasta casi las doce. Y aquello me habría dado tan igual como siempre, pero no era un jueves normal. No lo era, porque sabía que, al llegar al piso, no estaría vacío.

Alcé la vista de la mesa que acababa de servir y mis ojos volaron hasta ella.

Aún no había empezado a trabajar como tal, pero ya estaba detrás de la barra, observando todos y cada uno de los movimientos de Megan e intentando absorber la mayor cantidad de información posible. Se veía que le costaba un poco, aunque, por el momento, no parecía querer tirar la toalla.

Me acerqué a la barra para recoger la bandeja que Megan me había preparado.

—¿Qué tal va? —le pregunté en voz baja. Ella levantó la cabeza y me regaló una sonrisa antes de mirar a Maia de reojo.

—Aprende rápido. El grifo de cerveza aún se le resiste, pero los últimos cafés los ha preparado ella y no le han salido nada mal.

Imité su gesto y no pude evitar fijarme en la aparente precisión con la que realizaba la tarea que le había dejado Megan. Quizá no fuera demasiado rápido todavía, pero trataba que todo estuviese en su lugar: las cucharillas y los sobres de azúcar, en el lado derecho del plato; la pequeña galleta que solíamos poner, en el izquierdo. Podían parecer tonterías. Sin embargo, yo empezaba a ver ciertos hábitos que no me disgustaban.

—¿Le digo que vaya más rápido...?

—No. —Volví a mirarla—. Déjala que lo haga a su ritmo. De momento solo está aprendiendo, no necesitamos que lleve más prisa.

Entonces sí, asintió y se marchó para seguir ayudando a Maia. Megan llevaba poco más de un año trabajando en Lamb & Flag, y recordaba cómo habían sido sus inicios. Ella más que nadie se había dado cuenta de que de nada servía que lo hiciéramos todo más rápido si el resultado acababa siendo un desastre.

La hora de la comida estaba a punto de terminar y, por fin, podía tener un pequeño descanso. Lo aproveché para salir a la calle y poder tomar un poco el aire, no sin antes haber cogido el teléfono de la taquilla que cada uno teníamos reservada en la trastienda para guardar nuestras cosas.

Me sorprendí al ver quién me había escrito.

¿Podemos hablar?

No respondí hasta pasados unos minutos.

Estoy trabajando, Jess.

Por lo visto, estaba impaciente; me contestó al momento.

Ya lo sé, pero ahora estás en el descanso, ¿no? Puedo pasarme por allí y hablamos.

Resoplé y miré al cielo antes de volver a teclear.

Solo tengo quince minutos. Ahora, en realidad, diez. Es mejor que lo dejemos para luego.

Me arrepentí de haber utilizado esa palabra. Luego. Conociéndola, ya habría organizado la cita mentalmente, y yo acababa de aceptarla.

¿Me paso por tu casa esta noche?

Cerré los ojos, y al instante acudió a mi cabeza la razón por la que aceptar aquella propuesta era mala idea. Una razón que tenía nombre y apellido.

Alas para volar ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora