XI. Mamá

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Me limpio la cara con agua fría y observo mi reflejo en el espejo, nada que no haya visto antes; ojos lacrimógenos, nariz goteando y el comienzo de una inflamación en el contorno de mi mandíbula. Irónicamente haces esto por verte mejor y terminas observando a otro monstruo más capaz de tomar acción, pero que no lo hace más bello.

Me dejó caer al suelo y me quedo ahí sentada por unos minutos, tengo que salir ahí con buena cara para que, en el caso de que me crucé con alguien, no sospeche de lo mal que me encuentro. Al final, esto lo haces por agradar a los demás, nadie quiere pasar por minutos insufribles de vómitos y dolores de garganta por uno mismo; eso es tener demasiado amor propio. Tener un trastorno es la mejor muestra de odio y desesperanza, triste pero cierto.

Apoyo el lateral de mi cara sobre los azulejos y permito al frío aliviar el dolor de cabeza que tengo por la presión que conlleva el enviar todos tus esfuerzos a que tu cuerpo elimine cualquier contenido del estómago. Un sobreesfuerzo que no trae nada bueno, pero que se siente tan sumamente bien cuando lo haces que te hace recaer una y otra vez en el círculo vicioso.

Salgo del baño y me lanzo sobre la cama con el teléfono en la mano. Me he pasado dos días desde que discutí con Víctor evitándolo, lo que me ha dado la oportunidad de conocer un poco mejor la isla y de turistear por la zona. No todo es tan malo como parecía, siempre me pongo en lo peor. El mejor lado bueno es que me voy en nada, si lo pienso bien, unos días y estaré en España de nuevo. Además, cuando vuelva me quedaré en la casa de Olivia un fin de semana para ayudarla con la habitación del bebé. Más que nada voy de apoyo emocional para colocar las cosas que compraron para el otro bebé; debe de ser duro volver a ver esa cuna que quedó vacía y pensar que ahora vas a tener a una criatura en ella. Mi hermana piensa que se precipitó al preparar la habitación tan pronto, yo creo que hizo lo que le salió del corazón y que las circunstancias fueron cómo fueron por algo, nada de eso fue culpa de Olivia.

—Ah, hola. Pensé que te habrías ido con esas amigas de ayer —entra el susodicho en la habitación dando zancadas.

—Tengo sueño.

—Me iré a la otra habitación —agacha la cabeza y sale del cuarto.

Que guay todo, nada incómodo.

Prefiero no responder, me quedo mirando al techo de brazos cruzados y en algún momento caigo en un sueño tan profundo que me despierto a la hora de cenar. Todo está oscuro y entra algo de frío por la ventana.

Salgo hacia el salón en busca de mi teléfono y veo a Víctor en el sofá.

—Lleva toda la tarde sonando, va a explotar —masculla—. Lo he apagado.

—Podrías haberme avisado, puede ser importante.

Apresuró mi paso hacia él y se lo quito de las manos. Trato de encenderlo rápido, pero no puedo acortar los tiempos que tarda en iniciarse.

—No me hablas, así que te jodes.

—¡Qué maduro! —exclamo.

—Como tú —me mira desafiante.

—Es mi hermana, joder, puede que le haya pasado algo. Dios, tengo como veinte llamadas de Manuel, treinta de mi hermana, llamadas de mi tía... ¿Que cojones?

Se incorpora y me observa preocupado.

Miles de mensajes hacen que mi teléfono colapse y se quede pillado.

Olivia

Mamá ha tenido un accidente, está muy grave.

Mencía, deberías volver cuanto antes.

Joder, coge el teléfono. Está muy delicada, compra el vuelo ya.

La abuela ha muerto, volvían del hospital.

Las mentiras que nos contamosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora