Marcus

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Llevo días pensando cómo comenzar esto. Llevo días pensando que yo también quería hablar. Yo también quería que entendieras muchas cosas que ahora no puedes entender y al mismo tiempo me pregunto si podría hacerle justicia a todo lo que hemos vivido. Supongo que no. Tendrás que perdonarme por eso, igual que me has perdonado por todo lo demás.

Técnicamente, tú no me conoces. Para ti, ahora mismo, estas deben de ser las palabras de un completo extraño. Yo, sin embargo, tengo la sensación de que te conozco de toda una vida, y creo que eso es lo que se me hace más difícil: tener recuerdos en los que tú no sabes que has participado. Mi cabeza está llena de ti, de todos los momentos que hemos compartido, y duele saber que para ti nunca existieron, que podría equivocarme al hablar de conversaciones en las que solo estábamos nosotros y tú nunca podrías corregirme. Quizá por eso precisamente quiero que sepas todo lo que guardo dentro. 

Intentaré ser fiel a la realidad. Intentaré que me creas, ya que no puedes recordar. 

Permíteme que te cuente mi mitad de la historia. Permíteme que empiece como tú, justo en el momento en el que nos vimos por primera vez. Cuando pensé que necesitabas ayuda. Cuando pensé que era una suerte que Yinn y yo estuviésemos allí, porque íbamos a tener que intervenir para salvarte de aquella criatura. Tus ropas me hicieron intuir que eras una visitante, pero asumí que llevabas en Albión el tiempo suficiente como para saber cómo funcionaba todo. Desde el principio di por hecho muchas cosas que no eran ciertas: sobre la situación, sobre ti. Especialmente sobre ti. Aunque tú también te equivocaste conmigo, ¿verdad? 

Quizá, si hubiéramos sido más como esa primera impresión, todo habría sido más sencillo. 

Me sorprendió cuando cubriste el cuerpo de la niña con el tuyo, para protegerla de mí, y extendiste la mano. Al libro no le lanzaste más que un vistazo desinteresado. 

—Tu abrigo. Dámelo. 

Algo que tienes que saber sobre mí es que no estoy acostumbrado a seguir órdenes, sino a darlas, así que imaginarás que escucharte hablar como si tú fueses la que mandaba allí no me gustó. Aun así, cedí, porque tu acompañante estaba desnuda y temblando de frío. Te ofrecí el abrigo con el ceño fruncido y  tú le diste un tirón y te giraste para ponerle la prenda a la niña sobre los hombros. Habría sido muy sencillo apartarte de ella en aquel momento. Si no lo hice fue solo porque supuse que querías protegerla, debías de ser la clase de persona que hace todo lo que está en su mano para ayudar. Al menos en eso no me equivoqué. 

—Eso no será suficiente —te dije—. Hay que llevarla a casa. Los cazadores deben de estar al acecho. 

—¿Cazadores? ¿Y qué hacen esos cazadores? ¿También atrapan a gente con...? —Una pausa confusa—. Con la mierda esa dorada que le ha lanzado tu compañero. 

Yinn, a mi lado, se llevó una mano a la boca para ahogar una carcajada. En cuanto se dio cuenta de mi mirada, carraspeó. 

—¿Cómo te llamas? ¿Dónde está tu casa? Te acompañaré —le decías a la niña. 

—¿Dónde está la suya, señorita? No debería caminar sola a estas horas de la noche. 

—¿Señorita? —repetiste, como si fuera el calificativo más extraño que te hubieran dedicado nunca. De hecho, recuerdo queme miraste de arriba abajo, como si usar esa palabra me convirtiera también en el hombre más extraño que hubieras visto nunca—. Pues no tengo ni idea de dónde está mi casa o de si la tengo siquiera. Aquí, quiero decir. Supongo que lo descubriré en algún momento o me despertaré antes. 

—¿Se despertará? 

—Cuando el sueño se acabe. 

—Esto no es... 

Pétalos de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora