Y yo estaba ahí, sentado, viendo cómo todo pasaba frente a mi. Ella hablando con el, parecían tan sercanos como un matrimonio de años. Me asuste, sentí el miedo de perderla, de perder esa sonrisa que me hacía despertar cada mañana con ganas de vivir, esos ojos que eran para mi la única forma de ver la perfección, sin su piel que en mis peores momentos me dio cobija y en los mejores me llevó a tocar las nubes. Sentía un calor que hacía mis entrañas arder con tanta fuerza que sentía que tenía el infierno en mis adentros, mientras intentaba disimular una sonrisa solo imaginaba y esperaba el momento en llevármela de allí y de arrancarle la sonrisa a aquel usurpador de la cara, solo podía pensar en lo bella que se veía mi dama y en lo que odiaba al enemigo por intentar acercarse a ella. El fuego me consumía y mis más antiguos instintos me decían "agarrarla y llévatela de ahí", pero por otra parte estaba mi lado racional que me decía que no era mía que debía dejarla y si se iba era su decisión, pero me negué a escuchar a este último. Vi como ese ser despreciable le tocaba el brazo y mi cabeza se llenó de ira y no lo soporte mas, lo aparte y la tomé de la mano, la saqué de aquel infame lugar, y la abrase, la abrase como si fuera la ultima vez en este mundo que fuera a verla.