Único

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"Suguru... ¡Suguru!"

Getou Suguru despertó abruptamente un jueves en la mañana, después de jurar haber escuchado a Gojo Satoru llamarlo.

Levantó su tronco con rapidez y abrió los ojos con desesperación, atinando a mirar hacia todos lados, todavía creyendo que seguía dentro del sueño de segundos atrás. Su respiración estaba agitada, en sus ojos reposaban rastros de lo que parecían lágrimas viejas y tenía un nudo en la garganta que le estaba dificultando el recuperar el aliento perdido.

Estaba en su habitación, solo, sin Satoru alrededor.

Maldición, hace años que no soñaba con él.

Hace muchísimo tiempo que el fantasma de su ex mejor amigo no lo atormentaba.

Suspiró con alivio cuando consiguió despertar completamente del trance, su respiración ya estaba más regulada. Con sus índices secó las saladas gotas que habían comenzado a resbalar por la piel de sus mejillas y se acomodó mejor en la cama, sentándose con las piernas cruzadas y los codos apoyados en los muslos.

Qué jodida manera de comenzar el día, justo cuando tenía un montón de simios asquerosos que atender.

¿Por qué?

¿Por qué si ya habían pasado diez años seguía apareciéndose hasta en sus sueños?

¿Era una especie de castigo, una condena eterna, la sanción que le correspondía por todas las decisiones que había tomado?

"No, ¿por qué sería un castigo, si todo lo que estoy haciendo es el camino correcto? No seas idiota, sabes bien lo que estás haciendo y por qué. Nada ni nadie me hará cambiar mi postura, no dejaré de luchar hasta conseguir el mundo que tanto anhelo" pensó, contrastando de inmediato los pensamientos infantiles que estaba teniendo producto de sus emociones a flor de piel.

Sus cabellos negros cayeron por su rostro producto de la gravedad, Suguru agachó su cabeza para apoyar el rostro en sus manos y cerró los ojos un momento. No puede perder el foco, no, NO DEBE hacerlo.

Es que creyó que había sido un tema saldado para él, que el Getou de hace diez años lleno de ingenuidad y traumas se había extinguido de su ser para dar lugar a uno más maduro, fuerte y firme con lo que pensaba y movía a su corazón: el nuevo mundo que quería crear, otorgándose el poder de un Dios, aniquilando a los que no servían y quitando de la faz de la Tierra la corrupción que obligaba a los más fuertes a proteger a los débiles.

Está cabreado, muy cabreado.

¿Con qué derecho Satoru se apodera de su mente como tantas veces lo ha hecho?

¿Por qué su cabeza sigue atormentándolo de esa manera?

Definitivamente era un suplicio, uno concedido por el pasado y el Suguru de diecisiete años que quería tocarle los cojones.

No valía la pena seguir pensando en eso.

No hay espacio para la fragilidad en su código moral.

Al menos, no la que se vinculaba al pasado.


Al menos, no la que se vinculaba al pasado

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