Un sonido hueco de la suela gomosa de mis zapatillas deportivas hacían acto de mi presencia. Ese contacto con el calzado desgastado y viejo contra el asfalto húmedo por la intensa lluvia. La lúgubre calle estaba oscura y solitaria, y yo crucé en diagonal la calle acompañada de la tenue luz de las farolas, las cuales forzosamente intentaban iluminar el páramo sacado de un largometraje de terror.
Llegué a la otra acera mientras intentaba ocultarme en la plastificada capucha, evidentemente empapada. Directamente mi mano se acercó a la tela vaquera de mis pantalones, restregandose para que se secara. Un mechón cayó salvajemente por mi rostro. Lo aparté al momento.
Por fin llegué a mi destino. Entré en el pequeño cubículo mientras me retiraba la capucha. Me revolví el pelo que se encontraba húmedo mientras mis ojos se fijaban en el señor que se encontraba al lado del cristal corredero. Me acerqué mientras pasaba un mechón por mi oreja al tiempo que parpadeaba rápidamente y miraba hacia todos los lados, intentando decir algo con la mirada.
Este se agachó sin apartar la vista de mi. Luego de un rato se volvió a levantar mientras sostenía en su mano izquierda pequeño fajo de billetes. Sentí como mis pupilas se dilataban. Él pasó esa cantidad de dinero por debajo de una rendija y me lo entregó en silencio. Alzó una ceja cuando me quedé mirándole fijamente durante unos segundos, hasta que me marché.
Metí el dinero en el bolsillo de la chaqueta mientras me ponía el gorro de la misma. Observé como un Mustang rojo de los años 60 me hacía señales con las luces traseras de freno. Bueno, lo que quedaba de las luces. El coche debería de haber sido espectacular en sus años. Y lo seguiría siendo si lo cuidasen un poco. Pero no debía llamar la atención.
Conforme me fui acercando, especulé que al vehículo le hacía falta una buena capa de pintura. Se veía opaco y sin brillo en su estructura. Entré en el coche. Una vez ubicada en el asiento del copiloto me volví a quitar el mojado gorro mientras observaba como mis puntas del pelo goteaban. Levanté mi rostro y me encontré con la mirada del joven chico. Aún así era perversamente perturbadora.
Oí cosas de él no muy buenas. Como que una vez intentó violar a una chica. Para quitar ese pensamiento le hice una seña para que me llevase a mi destino. Estuve metida con ese loco como 15 o 20 minutos hasta que se detuvo enfrente de mi destino.
Salí del coche mientras le tendía un billete y este lo aceptaba gustoso. Miré el edificio que se imponía ante mí. Era destartalado y daba la sensación de que se caería a cachos. Sin embargo entré. Ahí me esperaba lo que cada vez más ansiaba con todo mi ser. Pasé entre los tablones que aplacaban el paso hacia lo que me conducía ahí. Subí las escaleras mientras la escasa luz iluminaba el panorama.
Observé la gente medio moribunda en el suelo mientras sus cuerpos brillantes por el sudor relucían como si le hubiesen tirado un cubo de bálsamo. Me acerqué a una puerta mientras entraba a continuación. Un hombre escrudiñado estaba en una esquina esnifando lo que se suponía dinero. Golpeé la pared para que se percatase de mi presencia mientras me acercaba más. Él señor se dio cuenta y se levantó. Su cuerpo delgado y huesudo delataba sus pésimas condiciones de vida.
Le arrojé todo el fajo que me quedaba mientras este patinada sobre el carcomido suelo. Sin dudarlo se abalanzó sobre él mientras lo olisqueaba riéndose paranoicamente. Garraspeé mi garganta algo desesperada. Me miró con esos ojos brillantes y rojos, mientras sacaba de su asqueroso bolsillo un frasco con un líquido transparente en su interior y una jeringuilla estirilizada. Los lanzó mientras yo cogía al vuelo mi deseada recompensa. Me lo metí en mi bolsillo y caminé afuera. Me senté en el suelo, mientras deslizaba torpemente mi espalda contra la pared.
Saqué lo que venía siendo la jeringuilla y el frasco. Levanté la manga mientras colocaba un coletero encima del antebrazo y apretaba fuertemente hasta que sobresaliesen las venas. Lo tenía lleno de heridas y con un claro signo de ematomas. Tomé en mi mano la jeringuilla mientras le quitaba el plástico e introducía la aguja en el bote. Tomé algo del líquido y entonces clave el objeto metálico y punzante en mi vena. Y en un frenesí introducí toda la morfina en mi cuerpo.