1. Sangre y Trueno (Parte I)

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Por DiUrturi

Nueva York
Octubre de 2099

Un destello en la calma del cielo, un arcoíris. Truenos, un murmullo entre las nubes. Su travesía en las estrellas había terminado, al fin ponía sus pies en el mundo de los hombres, bañado en una lluvia multicolor. En su mente seguía fresco el recuerdo de casi un siglo atrás, de cuando la ciudad no dormía y las personas levantaban sus cabezas para ver el pasar de sus héroes, algo con lo que esperaba a su llegada. Ahora esa imagen solo estaba en su memoria.

Por sus venas fluía energía pura y sentía una muy parecida corriendo sin propósito a través de las construcciones de acero, pero algo en eso lo perturbaba. Un par de ojos perdidos en las sombras lo seguían. Piezas de metal acompañadas de momentáneas descargas eléctricas rodeaban sus brazos en camino a sus manos, formando un pequeño martillo. De no ser por el silencio en la ciudad, no podría escuchar el caminar sobre trozos de cristal y los gruñidos, semejantes a un animal, de una criatura a escasos metros de él.

Dio un paso atrás, protegiendo su pecho de plata reluciente con su brazo libre, como si sostuviera un escudo, mientras dejaba caer su arma cerca del suelo sin soltarla y solo entonces, cuando sus ojos estuvieron iluminados por un fulminante azul, la vio. Ni siquiera podía compararlo con algo visto en sus visitas a Helheim, el reino de los muertos. Eran notorios los fragmentos de cráneo bajo su piel desgarrada, así como los fluidos que se vertían desde sus labios, tanto suyos como de una reciente víctima, de la cual despedazaba la carne grasienta de su brazo.

—Responde ante mí, criatura, ¿eres responsable de esto?

No recibió palabra alguna, solo quejidos. Apretó sus músculos antes de abalanzar su martillo directamente a la cabeza de aquella monstruosidad, tiñéndolo de rojo al momento de reventarla. No esperaba ese resultado, pero consiguió aclarar su duda. Quiso traer de regreso el arma, llamándola al extender su mano, pero esta apenas podía arrastrarse sobre el suelo. Casi no sentía fuerzas en su brazo para mantener su posición, y sus piernas cedieron junto con el resto de su cuerpo. Pese a eso, de alguna manera seguía consciente.

Desde una pequeña altura veía su cuerpo tendido sobre escombros y como un círculo aumentaba poco a poco su tamaño para dejar ver dentro a una de joven a gabardina beige, quien consultaba un reloj de bolsillo colgado dentro de la misma.

—No tienes idea de lo que causa tu presencia aquí, hijo de Odín —decía la mujer en tanto movía con delicadeza sus dedos en el aire, atrayendo a ellos destellos rojos para transferirlos al cuerpo inconsciente enfrente y elevarlo un poco.

—Quisiera saberlo.

Pesaron sus parpados y, de la misma manera que antes, también su cuerpo. Con esfuerzo, entrecerrando los ojos, consiguió ver como ella mantenía una posición de defensa con pequeños escudos de energía en sus manos, mientras a su dirección corría un hombre de negro, una especie de demonio, en cuyo pecho pequeñas piezas de metal daban forma a un murciélago.

• • • • •

—Levántate, hijo de Odín.

Una dulce voz le susurraba al oído, retumbando, pero no era femenina. Abrió los ojos para notar que enfrente de él estaba la mujer de antes, sentada sobre el peldaño de una escalera que a primera vista parecía no llevar a ninguna parte. A duras penas intentaba ponerse de pie, apretando los músculos de sus brazos.

—Acabo de salvar la vida de un dios nórdico, ¿acaso no merezco un "gracias"?

—No soy un dios —respondió ya de pie, listo para caminar hasta ella con dificultad—. Conocí a un doctor, hace décadas, y portaba ese amuleto —comentó señalando un talismán similar a un ojo forjado en metal colgado sobre su busto—. Recuerdo que dijo que era responsabilidad del hechicero supremo protegerlo y que ni siquiera con su muerte podrían quitárselo, solamente él podía cederlo. ¿Quién eres?

—Strange. Jeannie Strange.

—Dime, Jeannie, ¿el resto de la humanidad ha caído también? —preguntó alejándose.

—No —respondió con calma tras exhalar un suspiro—. Están contenidos en Nueva York.

De la misma manera en que ella conjuró un portal para encontrar, otros más pequeños se formaron en distintos puntos de ese salón. En uno veía al gentío de Tokio caminando por sus calles enfrente de los pocos parques conservados, con los cerezos de flor que las generaciones pasadas estaban acostumbradas a ver en las fotografías de las postales; en otro, una pequeña comunidad de pescadores mantenía a su pueblo alejado de los rascacielos y las pantallas que habían causado problemas a la vista de muchos conductores. Jeannie pudo percatarse de la mirada del dios del trueno al ser testigo de la vida normal de esas personas que, aunque quizás no conocía, le importaban.

—Ven conmigo.

Los portales se cerraron, él la siguió. Lado a lado caminaron sin decir palabra alguna durante horas. Sin importar cuanto avanzaran, parecía no llegar nunca al último peldaño de aquella escalera, pero no podían permitir dejarse rendir ante el cansancio. En varias ocasiones dejo caer su mirada al vacío bajo sus pies. A su mente venían las imágenes de aquellos hombres que trataron de construir Babel milenios atrás, cuando él todavía era un niño, y ahora le parecía más acertada la decisión de que en ese momento nadie podía atreverse a llegar al cielo. Esos pensamientos se detuvieron cuando Jeannie detuvo sus pasos enfrente suyo, antes de desvanecer sus ropas y sumergirse en la profundidad del calmado correr de un inmensurable río.

Respiraba el agua, llenando sus pulmones, pero sin quitarle por un segundo el aire. Conscientes de sus cuerpos y del sitio donde estaban, fluyeron junto con el agua, dejándose llevar. Siguieron nadando, hasta encontrar tierra nuevamente: una burbuja los esperaba, o al menos a ella. Él estaba indeciso de seguirla adentro y dejo entrar la punta de sus dedos, sintiendo como se secaban ahí. Traspasó la débil barrera que separaba el agua del aire en el interior, dejándolo caer. Uno de los cuatro presentes, de cabellera negra y una corona dorada con pequeños cuernos, tendió su mano para levantarlo. 

—Un placer verte de nuevo, hermano mío —dijo este, extendiendo sus brazos.

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⏰ Última actualización: Nov 23, 2022 ⏰

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