Un beso para la dama de honor

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Dōma lo volvía a hacer.

Esta vez, ni siquiera lo había planeado.

Estaba tan feliz de haber unido a aquella pareja sin tener ninguna licencia para eso ni siquiera la más mínima idea de quienes eran esas personas.

Ellos apenas lo vieron, lo comenzaron a llamar "padre".

Además, le acababan de dar en efectivo mucho dinero, luego, unas personas adornaron rápidamente la iglesia que él simplemente había pisado por diversión.

Dōma vestía por completo de negro y eso debió haber confundido a todos pues creyeron que era el sacerdote.

A Dōma no le costó nada invadir el segundo piso del templo, forzando todas las cerraduras hasta que encontró donde se hallaban las sotanas; tomando una prestada para la gran ceremonia de sus nuevos clientes.

—Ehm, disculpe. ¿Padre?

Aquella suave voz llamó su atención, distrayéndolo de seguir contando los billetes en su mano luego de haberse terminado la ceremonia. Guardándoselos en uno de los bolsillos de su pantalón, Dōma inhaló profundo.

Al girarse sobre sí mismo y ver aquella angelical figura femenina, se dijo que tenía que admitirlo, aunque esa joven mujer no pareciese tener muchas luces en su cabeza, se veía realmente bella; desde que la vio junto a las otras damas de honor, Dōma quiso saber su nombre.

Algo más que iba a conseguir hoy sin tener que esforzarse en nada.

—¿Sí?

—¿De verdad es usted un sacerdote? —preguntó dudosa, inocente.

Invitaba a ser corrompida.

—Así es, hija mía —respondió con falsa suavidad, acercándose a ella, sujetando el mentón de la joven con dos de sus dedos, aproximando su rostro al de ella—. ¿Quisieras confesar algún pecado? —le murmuró.

—Ehm... yo... —sus mejillas se coloraron un poco, que era el objetivo de Dōma—, no. E-e-es yo so-solo que...

—Vamos, no seas tímida. Dime, ¿qué deseas de este humilde sirvo del señor?

—Bu-bueno...

Justo cuando iba a besarla, varios pasos se oyeron por el patio al lado de la iglesia hasta que un montón de gente se reunió y encabezando a toda esa muchedumbre, estaba la pareja y un hombre mayor, que vestía una sotana.

Oh, oh.

—¡¿Qué clase de demonio usurpador eres?! —le exclamó el viejo, indignado.

—¡Devuélvenos el dinero! —gritó quien era el novio.

Dōma sonrió sabiendo que ninguno de ellos podría tocarle siquiera un cabello. Se volvió hacia la chica, que le miraba dudosa, y le besó la frente.

—Eres muy ingenua, linda. Ten cuidado con eso; nos veremos luego.

Bajo esa promesa, él ágilmente eludió a cada invitado, hombre y mujer, del templo y logró salirse con la suya otra vez.

Sí, completamente logró salirse con la suya pues, antes de la persecución, logró robar el celular del bolso de la joven antes de echarse a correr hasta llegar a un callejón, donde al atravesar el otro lado, pudo tomar un autobús y alejarse del sitio.

Ya en uno de los asientos, sacó el celular, encendiéndolo. Viendo como de protector de pantalla estaba la imagen de esa misma chica con un gato.

Sonriendo lo apagó y se lo guardó en el bolsillo. Aún usaba la sotana robada, y a veces simulaba dar bendiciones las personas que el veían.

Una vez que lograse acceder a la información del teléfono, Dōma podría volver a ver a ese dulce ángel.

—FIN—

𝐔𝐧 𝐁𝐞𝐬𝐨 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐥𝐚 𝐃𝐚𝐦𝐚 𝐝𝐞 𝐇𝐨𝐧𝐨𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora