A salvo.

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 NOTA: La otra vez fui a ver la peli «No te preocupes cariño». Le tenía muchas expectativas, pero lamentablemente me terminó decepcionando. Lo bueno es que logró darme la inspiración necesaria para ordenar mis ideas y así empezar a escribir esto apropiadamente. Gracias por su apoyo y lamento la demora, espero que les guste.

Advertencia: Insuficiencia urinaria.

(...) 

   18 de noviembre. El cementerio estaba a las afueras de un pueblo desconocido, en medio de la nada misma. Si bien había pasado tiempo desde un ataque en gran escala, la gente aún temía por sus vidas y eso hacía que se mantuvieran aislados. Solo aquellos descendientes solían quedarse, o quienes estaban forzados a hacerlo. Había algunas tumbas bien cuidadas y limpias, pero la gran mayoría correspondían a simples cruces o piedras sin nombre que actuaban de la misma forma que una lápida común. Muchas veces, ese era el único consuelo que los demonios permitían dejarles a sus víctimas, dejando a los cazadores incapaces de hacer algo más que eso. Aki, Denji y Nayuta se encontraban, por fortuna, en frente de una lápida con nombres escritos.


   Algunas telarañas y tierra tuvieron que ser limpiadas. Yuyos y otras malezas tuvieron que ser cortados. Los crisantemos violetas colocados a un lado y, al otro, un incienso de un olor que Aki no supo reconocer. Denji dijo unas palabras y Nayuta también, pero era incapaz de prestar atención a los ruidos que salían de sus bocas y escuchar apropiadamente esos anuncios para los difuntos. En su trance, solo podía leer una cosa: Karashi, esposo, trabajador y padre ejemplar. Miharu, madre y esposa ejemplar. Taiyo, hijo ejemplar. Familia Hayakawa. 


   Habían empezado a ir a la tumba de su familia cuando cumplió 8 años. Pero, incluso con 12, Aki era incapaz de acostumbrarse por completo. Sabía que debía ser fuerte, como siempre lo había sido. Quería evitar sus temblores, sus respiraciones agitadas, pero en serio le costaba ver a gente tan importante para él así... No fue capaz de contener todas su lágrimas, por lo que algunas caían por su cara junto con un moco. Se mordió el labio para ocultar su lloriqueo.


— Namu amida butsu...


   Era una oración que Denji le enseñó la primera vez que vinieron. Ninguno de los dos creía en una religión y el propio Denji le advirtió que no era seguro que funcionara, pero también dijo que le ayudaría a calmarse. Todos estos años la repitió y lograba su cometido. Juntó más fuerte las manos para rezar y rezar. Rezar por la paz, las almas de su familia original, por esta nueva familia que la vida le otorgó, y muchas otras cosas más. Cosas por las que un niño, como él, no debería preocuparse. Pero así era Aki. Siempre pensando.


   Sintió una mano en su espalda y a alguien inclinándolo hacia el cuerpo ajeno. No tenía necesidad de abrir los ojos, pues sabía que se trataba de Denji: Olía a metal y cigarros, olores que generalmente le desagradaban. Pero, en este día, le pareció el mejor consuelo para su enorme tristeza. Terminó con su rezo para abrazar el cuerpo de su hermano mayor aún más fuerte y sollozó encima de su traje, intentando no manchar demasiado. Unas manos correspondieron tal gesto, acariciando su cabeza con dulzura y cuidado.


— Shh, está bien, está bien, Aki...


   Denji le susurró y Aki lloró más fuerte, sin contención alguna. De verdad, estaba agradecido por tener a Denji con él...


   Tras eso, visitaron el pueblo por unas horas. La gente de ahí siempre era amable y atenta, y le contaban historias sobre sus padres: Era su pueblo natal, después de todo. Y esas cosas le hacían dar una sonrisa más sincera, menos melancólica. Hasta le dieron un descuento en la merienda, un café demasiado amargo y unas medialunas dulces. Y escuchar a Denji hablar con la empleada para obtenerla gratis le hicieron reír. Se acostaron en un banco en la plaza al centro del pueblo, donde Aki reposó en el regazo de su hermano mayor.

Gratitud.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora