Anelia Devins era una chica regordeta con serios problemas con la ansiedad, usaba lentes, y tenía granos en la cara. Sin embargo, se consideraba bonita y hermosa. —¿Acaso lo era?— Sin duda, para los ojos de los demás era una chica imperfecta desde que comenzó la primaria y la terminó.
Su madre, por otro lado, era una mujer con bastantes prejuicios en cuanto a su físico: no le gustaba engordar y aunque sea se veía una cana en su cabello negro, se pintaba las veces que fuera necesario. Tampoco le gustaban los granos en la cara y las manchas, aunque esto último no le importaba si su hija lo llevaba, pues Carla solo se vestía y acomodaba el pelo para su marido.
Llegó la secundaria y ella empezaba a emocionarse, pues se acabarían las burlas y conocería gente nueva, maravillosa con quien compartir y jugar. Anelia y su familia vivían en la ciudad de Marston en Maine, una ciudad donde solo había tres escuelas primarias y dos escuelas secundarias, si quería ir a la universidad tendría que irse a Chicago o Arizona.
El sol asomó en el horizonte y ya Anelia se había despertado para comer. Su desayuno comprendía de huevos con tocinos, hot cakes, una taza de café con leche y, por último, cereal. A su madre no le importaba que comiera tanto, pero a su padre Larry sí, todas las mañanas le decía lo mismo:
—Me preocupas, ¿por qué comes tanto?
—Es mi crecimiento, papá —abrió la boca y se comió los huevos—, me da mucha hambre.
Larry miró la hora y después miró el plato —o los platos—, de su hija.
—Cariño, ya es tarde —su voz era suave y cariñosa—, ¿Acaso quieres llegar tarde en tu primer día de clases?
Anelia, aun con los hot cakes en la boca, negó con la cabeza y se levantó, se bebió a pecho el café con leche y agarró su mochila, después salió de su casa y esperó a que el autobús llegara.
«Hoy va a hacer el mejor día de mi vida.»
Madison Goldsman le tiró una bolita de papel a Anelia, cuando la niña abrió el papel el escrito decía: «Anelia Devins, deberías irte a gordilandia, vaca deforme». Aquella nota hizo que Anelia se hundiera en su asiento y se ruborizara un poco Carl. El profesor de literatura, miró a Anelia y le dio una mirada de desaprobación. Atrás de ella sonaron risitas y susurros.
Las semanas siguientes, Anelia estuvo llorando en el baño de la escuela, siempre se colocaba en el último inodoro para llorar durante 10 minutos.
Escuchó la puerta sonar y vio la sombra pasar y quedarse frente de la puerta.
—¿Anelia? —Era Madison—, ¿puedes salir? Me siento arrepentida por haberte hecho daño.
Anelia abrió la puerta, se recogió los mocos y sudaba, Madison la vio con asco, pero sonrió para mostrar simpatía.
—¿De verdad?
—Claro. Por favor sal…
Anelia se levantó, salió del inodoro y entonces cuando fue abrazar a Madison un balón le pega en la cara, los lentes volaron y ella cayó al suelo golpeándose la cabeza.
Las risas se hicieron presentes, pero callaron cuando un hilo de sangre se mostró en el suelo y Anelia quedó inconsciente.
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Cuentos para dormir con la muerte ✔️
Short StoryLa muerte a veces es piadosa, a veces es cruel. Es una señora incógnita vestida de blanco. Las mujeres de este libro han dormido toda su vida con ella. Nadie se escapa de la bella realidad. Algunas son crueles, otras son gentiles. La muerte al igual...