El dragón y el caballero

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Miles de años atrás existió el mejor caballero de todos los tiempos: nunca había perdido ninguna batalla ya que ninguna persona podía vencerlo. Por lo que un día decidió ir en busca de un desafío.

  Habló con mucha gente de diferentes ciudades del reino, desde profesores y sacerdotes hasta marineros y carpinteros, averiguando sobre los distintos rivales que pudieran estar a su altura. Descubrió que sí había alguien, o mejor dicho algo, que quizás estuviera a su nivel.Se trataba de un poderoso dragón que vivía en una cueva en una de las montañas que rodeaban la ciudad conocida por el nombre de Kargh. Se rumoreaba que todos los que habían intentado vencerlo murieron al instante, hecho que no podía saberse con certeza debido a la escasez de testigos.

  Comenzó a buscar al dragón, una tarea que resultó ser difícil a pesar de tener marcada con una cruz en su mapa la ubicación aproximada. Después de días de caminar, por fin la encontró. Supo que era esa ya que al entrar pudo sentir el olor a descomposición de los cadáveres de otros aventureros que habían intentado combatir a la bestia.

  La única fuente de luz era una rendija en el techo, entre las piedras de la cueva. Allí, al final del recorrido, estaba su enemigo, de un color rojo tan fuerte que parecía que estaba apunto de incendiarse. Desenvainó su espada, sujetó con fuerza su escudo de madera y se preparó para la batalla.

  El dragón se levantó y mostró sus garras, intentando atemorizarlo. Eso quizás habría funcionado contra un luchador más inexperto, pero él estaba lejos de serlo. Sin más demora, empezaron a pelear.

  El primer movimiento lo hizo el caballero: levantó su espada y trató de herir a la bestia en el estómago, pero el dragón, a pesar de ser enorme, también era ágil y lo esquivó sin dificultades.

  Aprovechando el desequilibrio del caballero, el dragón contraatacó. Le dio un golpe que lo hizo chocar contra una de las paredes del campo de batalla. Aunque su armadura mitigó la mayor parte del daño, se dio cuenta que había subestimado a su rival; no sería una pelea fácil como a las que estaba acostumbrado.

  Al levantar su escudo del suelo notó un agudo dolor en su hombro izquierdo, emitió unquejido por lo bajo y lo dejó caer. Se enderezó y levantando su espada volvió a cargar contra eldragón.

  Después de lo que pareció horas de embestidas, ataques, rasguños y golpes, la batalla terminó. Había sangre de las dos partes derramada por el suelo y las paredes. El caballero apenas podía mantenerse de pie ya que le ardía cada músculo de su cuerpo. Cansado, soltó la espada. Al caer, ésta hizo un ruido que rompió con el silencio de la cueva con la misma facilidad que un cuchillo corta una hoja de papel.

  El dragón no estaba en mejores condiciones: una de sus alas parecía estar por deseprenderse de su cuerpo; su respiración estaba muy agitada y no parecía tener fuerzaspara moverse ni responder a ningún ataque que propusiera el caballero.

  El humano volvió a tomar su espada y caminó hacia el dragón arrastrando su arma, listo para terminar con la vida de la bestia. Tomó su espada, ahora teñida de color rojo, con las dos manos, la elevó por encima de su cabeza, y con todas las fuerzas que le quedaban la empujó hacia la cabeza del dragón.

 El ruido que se produjo al chocar el frío metal con el cráneo del dragón le generó escalofríos, pero sabía que ahora podría descansar. Había vencido otra vez. Seguía invicto, era inmortal, el más poderoso de todo el reino.

 Se dio la vuelta listo para marcharse pero lo que vio en la entrada lo hizo congelarse. Había tres dragones rojos de menor tamaño mirándolo. Sus ojos sedientos de venganza brillaban en la oscuridad. El guerrero ya no tenía fuerzas para luchar, se arrodilló y esperó su muerte. Uno de los dragones se adentró en la cueva y de un zarpazo en el cuello provocó la muerte del hombre.

  Y así fue como el caballero invencible resultó ser no tan invencible. Su último pensamiento fue que nadie sabría que había logrado vencer al dragón. Por unos instantes sintió frío en todo su cuerpo, luego, dejó de sentir.

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