-Capítulo 2-

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Desperté tratando de enfocar mi vista, no tenía ni la menor idea donde estaba

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Desperté tratando de enfocar mi vista, no tenía ni la menor idea donde estaba. Traté de situarme. ¡Ah! Ahora lo recuerdo. Estaba en una habitación de una consulta médica, y mi cuerpo en una camilla algo pequeña. Pero... El golpe no fue para tanto, pensé.

Unas vocecitas infantiles, muy cerca de mí, cuestionaban mi estado. Aún acomodaba mi vista.

—La señora está despertando. ¡Hay que tomar su temperatura! —La tierna voz de una niña, de no mas de cinco años, introducía un termómetro en mi boca. Lo escupí al instante. ¡Puaj!

—Creo que deberías dejarla, —aconsejo otro niño, casi de la misma edad —puede tener un virus mortal —opinó mascullando, acerca de mi diagnóstico.

—¿¡Qué!? —Cuestione asustada. Quería enderezarme, pero ¡Estaban encima de mí! ¿¡Señora!? pensé. Creo que eso, me había asombrado más que cualquier otra cosa.

—¿¡Que está pasando aquí!?

Una fuerte voz masculina, asusta a los niños de manera divertida.

El hombre, entra a la habitación e imagino que es el doctor. Viste una bata blanca sin abotonar y bajo su brazo unos papeles, que al parecer es mi diagnóstico. Alrededor de su cuello reposa un estetoscopio.

Los niños, dieron un grito juguetón, acto seguido, se levantan de mi lado casi de un salto. Claro, ¡Aquí no ha pasado nada!

—¡Doctores! —avisa el médico, mirando directo a los pequeños. —La Señorita... —me da una mirada y siento mis mejillas arder, ante la situación bochornosa —necesita descansar. tienen que despedirse —ordenó a los niños.

Justo en ese momento, un chico se posa en la puerta de la habitación, y cruza sus brazos para disfrutar del espectáculo. Reconocí sus ojos de inmediato, él me había aventado su vehículo. De seguro también me trajo hasta aquí. Se veía incomodo.

Los niños se quejaron ante la petición del doctor y salieron refunfuñando de la sala, no sin antes despedirse cabizbajos. «Game over» pensé feliz.

—¡Adiós, señorita! —se despidieron los intrusos, saliendo de la sala.

Apenas, hice señas con mi mano derecha, la agité ligeramente, hasta que los vi desaparecer por la puerta.

Me preguntaba ¿Dónde mierda estoy? y ¡Dios!, ¿Qué es todo esto?

—Hola, disculpa el alboroto... «Niños» —El doctor, sonrió con tranquilidad y se encogió de hombros.

Sabia exactamente, como se veía mi rostro «necesito una explicación» confundida y avergonzada.

—¿Cómo te sientes? —El doctor, se acercó despacio y me inyecto una luz en los ojos, con delicadeza.

𝑪𝒂𝒇𝒆 𝒆𝒏 𝑳𝒐𝒏𝒅𝒓𝒆𝒔 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora