Jean.
San Diego, California.
8:11 AM
Todos despertamos de distintas maneras. Algunos despiertan porque ya no tienen ganas de dormir más. A otros los despiertan los pajarillos que cantan en sus ventanas. Otros, despiertan por el irritante beep que emite el despertador. ¿Y a mí? ¡Los desesperantes gritos de mí hermano mayor: Kayden!
-¡JEAN ELOÍSE RAYN!-gritó él antes mencionado. Despojándome de las sabanas que me cubrían de la brisa matutina.
-¿Cuál es tú problema, Kayden? ¿no te tocó anoche?-le pregunté con algo de humor. Froto mis ojos, en un intento de levantarme, sin embargo, mí almohada volvía a seducirme.
-¡Jean, esto es imposible!-reclama molesto. Se paseaba numerosas veces al rededor de la habitación.
-Hay muchas cosas imposibles, Kay, ¿de qué demonios me estás hablando?-cuestiono incrédula. Resignada, me senté en la cama, preparada para el ultimátum del día de hoy.
-¿Qué de qué hablo? ¿A caso crees que soy estúpido?-rió sarcástico.-No contestes.-advierte, retractándose de las palabras que escaparon de sus labios.-¡Hablo de esto!-vocifera exaltado. En su mano izquierda yace mí boletín de calificaciones, él cual, el pelinegro agita cómo sí éste fuese un banderín del cuatro de Julio.
-¿Tanto drama por esa blasfemia?-gruño, él malhumor en mí voz era notorio.
-¡Sí! ¡Ésta blasfemia, cómo tú la llamas, son tus calificaciones! ¡Reprobaste todo! ¡Incluso deportes, Jean! ¿Quién en su sano juicio reprueba deportes?-grazna, fruncía los labios. Kayden nunca había querido que siguiera sus pasos, pero, cuántas más veces me lo repetía, más me aferraba a la idea de ser igual a él.
-Bueno, yo sí.-sonreí inocente, tratando de darle fin a ésta discusión que no tenía ni pies ni cabeza. Él soltó un gran suspiro, sabía que venía después de esto, el policía malo no funcionó, por lo tanto ahora viene: él sentimentalismo.
-Princesa, sabes qué yo hago todo lo que puedo para que tengas lo mejor.-posa su mano en mí hombro.
-Y yo se, Kayden. Pero, eso no tiene nada que ver con esto, ahora largo.
-Por favor, trata de comportarte. Sé que es duro, pero sí pusieras un poco de interés...-lo interrumpí. Estás colmando mí paciencia, Kayden Rayn.
-Podrás lograrlo, yo creo en ti.-complementé su frase, la cual, ya se había vuelto cliché para mí.
-¡Eres imposible!-bufó, resignado.-Mira, enana del mal. Hoy es lunes y tú debes ir a la escuela. ¿Podrías mover el poco trasero que tienes y levantarte de esa cama?-rechinó los dientes. Mí cara fue golpeada por una almohada, obstruyendo mí camino para volver a ver a Morfeo. Abrí los ojos de golpe, mirándolo enojadísima. Todos los días eran iguales.
Kayden tiene veintiséis años, él ya es un hombre maduro, así que, su única respuesta fue sacarme la lengua y salir corriendo.
-¡OH COMO TE ODIO!-le grité lo más fuerte que pude.
-No, no me odias, primor.-dice él, recargándose en él marco de la puerta. Su voz chillona en las mañanas me vuelve loca. Para cesar su risa de una vez por todas, tomé con violencia uno de mis zapatos y justo le pude dar en la punta de la nariz.
¡Vaya, Jeannie, has practicado tú puntería!
-Auch.-chilló el pelinegro. Frotaba la zona afectada.
-Te lo merecías.-siseo.
-Pero, Jean, esa cosa tenía tacón.-se queja, arrugando su pequeña nariz.