Pecador

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Ella tenía un aroma que me cautivaba, cuya fragancia me volvía preso de su piel y un ser humano aborrecible por la calidez de su lujurioso cuerpo. Era una chica que me mantenía pendiente de cada paso que daba, enloqueciendo todo lo que había construido, mis creencias, mis pensamientos. Incluso su sudor me tenía engatusado, quería pasar mi lengua en aquel exquisito lugar que ella con tanto fervor intentaba ocultar.

Yuji era un dulce pecado por el que estaba dispuesto a volverme un adicto con tal de tenerla en mis manos.

Era un deseo que ella no debía saber, aunque esperaba que lo supiese.

La observé detenidamente mientras caminaba hacia ella. Me gustaban sus ojos color miel que ante la luz del sol se derretían, pero por ahora no podía mirarla porque no deseaba comprender los sentimientos desagradables que ella podría estar reflejando en ellos. Estaba irritado de no poder ver sus cálidos y dulces ojos.

Yuji era la única mujer que podía joderme la cabeza.

En el momento que pensé eso, ya estaba parado tras ella que, sentada en la silla con los tobillos y muñecas atadas, se removía inquieta. Abrió los labios para decir algo, pero al parecer el miedo le impidió forzar una palabra, y lo más extraño de esto era el hecho de que me agradaba que Yuji no tuviera la valentía necesaria para hablar y salir de aquella duda.

Una sonrisa estirada decoró mis labios mientras inclinaba todo mi cuerpo sobre ella, para soltar un suspiro en su sensible oreja que estaba enrojecida. Yuji tembló, una reacción muy normal en ella que demostraba cuánto disfrutaba esto a pesar de no saber quién se lo hacía, disfrutándolo porque su naturaleza lujuriosa le impedía actuar como una señorita pura.

Mi vista descendió por su cuello blanquecino hacia sus pechos desnudos, aquellos a los cuales tanto había mordido y saboreado como un pedazo de carne, porque un perro como yo, hambriento y sediento, no podía resistirse a un bocado de carne que en la boca se deshacía como un manjar de primera calidad. Seguía mirándola, la recorría de arriba abajo, hasta que me detuve en su zona íntima que lucía mucho mejor que la última vez en la que tuve el honor de pasearme por ahí y lamerla por completo.

Ella era cálida y sabía bien, le gustaba cuando introducía mi lengua en espacio personal, cuando lamía sus pliegues y me bebía sus jugos con tal devoción que hasta Dios se sentiría frustrado. Pero era Yuji, una chica que olía bien y sabía mejor que la eucaristía; su aroma y sabor me reducían a un hombre sediento.

Me reí y tracé un camino de besos por su cuello, llegando a sus hombros. La escuché gemir, pero en el momento siguiente estaba mordiéndose el labio para evitar soltar la evidente señal de que lo anhelaba más que yo. Observé cómo sus labios carnosos comenzaban a verse apetecibles con un rasgo de sangre debido a la violenta mordida. A ella le gustaba eso tanto como a mí.

Pero recordé que ella no lo sabía, no tenía idea de que soy yo quien le aumentaba los latidos del corazón, que calentaba su piel por las noches, que la hacía vivir como jamás lo había hecho. Esta relación por supuesto que no era sana, ambos estábamos de acuerdo en eso, aunque claramente Yuji no lo sabía.

—¿Quién eres? —preguntó lo mismo de cada noche, quería saber quién era yo, quería darle un nombre a la persona que jugaba con ella y la convertía en mujer.

Llevé las manos hacia su pezón derecho que erecto me invitaba a santificar su piel. Lo rocé un par de veces, pero cuando Yuji silbó y giró el rostro para respirar justo en mi rostro, la oscuridad en mí empezó a ser insoportable y por ello tomé el pequeño botón con fuerza entre mi dedo índice y pulgar.

Condenado pecado | GoyuuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora