1. Hazme desear tu sangre
Había sido vendida a él.
Nunca había experimentado una sensación tan asfixiante como la que me sacudía el cuerpo en esos momentos. Las paredes de mármol parecían abrazarme con gélido encanto, pero las criaturas frente a mí impedían que pudiera pensar en otra cosa aparte de mi devastadora situación.
Había cumplido diecinueve años, y eso significaba que un vampiro debía reclamarme como suya.
Mi vida dejaría de ser solo mía. Las riendas de mi destino ahora eran sujetadas por un asqueroso inmortal.
—¿Está seguro, milord? Está escuálida, sin mencionar que la belleza escasea en sus facciones por ese...cabello.
Mi mercader, madame Lofey, me sujetó por la barbilla, clavándome sus sucias garras sobre la piel.
—¿Te atreves a contradecir mi decisión?
Era una voz áspera. No me atrevía a alzar la mirada para buscar a la persona que había soltado esa advertencia con un tono algo burlón.
—Para nada, milord. —Madame Lofey me soltó la barbilla, sus garras dejando rastro en mi piel—. Entonces es su decisión final.
—¿Debo volver a repetirlo? ¿O tu diminuto cerebro humano no entendió mis palabras?
Madame Lofey estaba siendo ridiculizada en medio de su gran venta de esclavos. Un grupo de vampiros que estaban en la sala soltaron risas jocosas. Ella se removió incómoda, sus ojos amarillentos perdiendo aquel toque altanero que tenía cuando fue a reclutarnos para el mercado.
Yo seguía con la vista sobre el suelo de mármol. Podía sentir unas miradas depredadoras sobre mi cuerpo desnudo.
Así nos presentaban ante la corte de los vampiros; desnudos como los dioses nos trajeron al mundo. Como si fuéramos animales en el mercado de alimentos. De todas formas, era así como los vampiros nos veían.
Alimento.
La brisa que entraba por la ventana me erizó la piel. Escuchaba en silencio como algunos de los vampiros de la corte se retiraban con sus respectivos esclavos y los recién adquiridos en la venta. Madame Lofey negociaba con el asistente del lord sobre mi valor, sosteniendo una bolsa de monedas de oro que hacían un ruido horrible.
Eso era lo que valía mi vida de ahora en más: unas veinte piezas de metal.
Seguía de pie en medio de la sala, solo tres personas conmigo; madame Lofey, el asistente y el lord de la corte.
Entonces, tuve el atrevimiento de elevar la mirada.
Carmín.
Ojos tan rojos y oscuros que me estancaron en un trance. Estaba desnuda. Desnuda y vulnerable ante su mirada que provocó escalofríos en mi cuerpo.
Fijé un trazo por su cara helada y oscura como la misma muerte, y por la musculatura apenas cubierta por una camisa de lino, una casaca y pantalones negros.
Los humanos habíamos crecido con la creencia de que debíamos odiar a los vampiros por lo que nos hacían. Por usarnos como su dosis de alimentación cada vez que les apetecía. Siglos siendo esclavos de su inmortalidad.
Los odiaba. Deseaba la extinción de toda su especie.
Y con ese pensamiento cargado de odio y rabia contenida, no supe explicar la reacción de mi cuerpo ante la estimulante mirada del lord.
Él curvó sus comisuras en una sonrisa ladina cuando bajó lentamente la mirada roja a mis pezones duros y erguidos.
Producto de solo una mirada que me dio.
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Cuando solo queden cenizas
Novela JuvenilTras ser secuestrada y vendida en el mercado de esclavos más grande del reino inmortal, Alena solo espera pasar el resto de sus días aguardando el dulce llamado de la muerte. Pero cuando conoce a su propietario, el despiadado lord de la Corte Ceniza...