Libertad, amor y comprensión

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Hubo una vez un pequeño pajarito que se separó de su madre y quedó muy lastimado. En esa misma tarde una niña lo encontró y decidió cuidarlo hasta que mejorara.

Todos los días la niñita alimentaba a la pequeña ave. Le daba de comer y beber y trataba sus alas lastimadas. Lo tenía metido en una jaula preciosa aunque a veces lo soltaba para jugar con él.

Poco a poco el avecita iba mejorando y creciendo, como también crecía el cariño entre ambos.

Pasaron los meses y ya el pajarito estaba totalmente curado y la niña decidió ayudarlo a volar para que disfrutara del vuelo entre las flores de su gran jardín.

Cuando el ave tuvo el tamaño necesario, junto con la ayuda de la niña, aprendió a volar. Pasaron muchos muy buenos momentos aunque el pajarito extrañaba a su madre, quería ver a sus hermanos, conocer más aves como él, volar entre la naturaleza y conseguir su propia comida.

Pero no quería entristecer a la niña que tanto se había preocupado por él, además el también sentía la necesidad de estar con ella. Así que decidió quedarse con ella. Esto hizo que cada día aumentará más el deseo de conocer el mundo exterior a nuestro emplumado amigo. La niñita no se percataba de sus deseos porque solo se concentraba en tenerlo en su casa y en lo feliz que era ella por tenerlo allí.

Un buen día un ruiseñor pasaba por el jardín de la pequeña a descansar un poco y este notó que el pajarito no se percataba de su presencia y decidió saludarlo.

–¡Hola! ¿Es qué acaso no me vez?

–¡Ho-hola!– Contestó el pajarito apenado– Lo siento, estaba distraído. ¿Quién eres?

–Soy un ruiseñor, aunque mis amigos me llaman loro porque no paro de hablar. ¿Tú cómo te llamas?– Contesta la otra ave dando un vuelo con elegancia.

–Yo soy un azulejo y mi dueña siempre me dice Azulito. Así que supongo que ese es mi nombre. 

–¿Tú dueña?– Pregunta confuso el ruiseñor.

–Sí, mi dueña. La niña de esta casa justo al lado del jardín. Yo vivo aquí. Ella es mi dueña. Me estuvo cuidando desde que perdí a mi mamá y me lastimé cuando pequeño

–Oh...– Responde un poco confundido– Pero ya estás mejor ¿cierto?

Azulito vuelva elegantemente afirmado la pregunta del ruiseñor.

–¡Que hermoso vuelo! ¿Por qué no te he visto antes?

–Yo no salgo de este lugar

–¿Dónde vives?

–En una jaula adentro de la casa

–¡Qué horror!– Exclama triste Loro– Las aves nacieron para ser libres no para permanecer en cautiverio

–No quiero poner triste a mi dueña

–Tú eres tú propio dueño, no ella. Si de verdad te quiere, te dejará ir. Sigue mi consejo– Y se despidió con un hermoso canto

Nuestro amigo azulejo pensó con mucho detalle la conversación que tuvo con el ruiseñor y comprendió que tenía razón. Hablo con la niña y esta le pidió disculpas por no haberse dado cuenta antes.

–Si de verdad quieres ir puedes hacerlo. Yo quiero que seas feliz Azulito...– Dice la niña entre lágrimas– Aunque eso signifique no verte más

–¡No llores! Yo vendré a verte todas las semanas y traeré amigos nuevos para jugar

–No, porque entonces no podrás irte a recorrer el mundo por venir aquí todos los días. Amar también significa dejar ir. Deber vivir tu vida. Algún día nos volveremos a ver

–Jamas te olvidaré, muchas gracias por cuidarme todo este tiempo

La niña acaricia al ave y la deja libre, dueña de su propia alma con la esperanza de que sea feliz y que algún día se encontrarán y recordarán los buenos tiempos.

Es muy importante entender cuando una persona quiere irse por cualquier necesidad. Lo más correcto es entenderla y apoyar su decisión, ya que atarla a tí solo hará a la otra persona más infeliz y terminarás lastimando a ambos.

Tampoco podemos obligar a nadie a estar ahí para siempre y quitarle su identidad. Cada quien es su propio dueño, cada quien necesita liberar el alma. No podemos suprimir nuestra felicidad ni nuestras ansias de volar por la alegría de los demás. Hay que velar por uno mismo también.

Por eso hay que tener en cuenta los conceptos de la libertad, el amor y la comprensión.

Pensamientos dentro de un abismo...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora