V. Duelo

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Dicen que cuando uno ha cumplido lo que vino a hacer a este mundo, se va. Como si ya no tuviera nada más que hacer aquí.
Somos los que aún seguimos vivos en esta tierra los que tendremos que encontrarle un significado al dolor, para que no nos quedemos atrapados en él perdiendo de vista nuestra tarea.
Pero por el momento tendremos que tener paciencia. Primeramente con nosotros mismos. En ningún lado está escrito cómo habremos de transitar nuestro duelo. Es personal y único. Y pretender encasillarlo para comodidad de otros no hará sino prolongar indefinidamente el sufrimiento y estancarnos en un pantano del que nos costará salir.

Será necesario que nos apoyemos en las personas que nos quieren, como si fuésemos niños otra vez. Los necesitamos para transitar confiados este sendero desconocido, este camino misterioso que tarde o temprano todos tendremos que atravesar. Sin olvidar, como dijo C.S Lewis al perder a Joy, que el dolor que ahora sentimos es parte de la felicidad de entonces.

Cuando uno atraviesa en profundidad un duelo es como si volviera a nacer. Nos parece haber atravesado un canal de parto oscuro, resbaladizo, en que nos sentimos comprimidos, asustados. En el que por momentos no podemos ver la luz al final del túnel.

Pero un día sacamos la cabeza, vemos al sol, otras caras nos sonríen. Nos damos cuenta de que no estamos solos. Que no somos los únicos seres en el universo que han sufrido una pérdida. Y, lo más importante, que nuestros seres queridos que murieron siguen viviendo en nuestro corazón.

Y el mejor homenaje que tal vez podamos hacerles es vivir nuestra vida plenamente. Agradecidos por el tiempo que los tuvimos junto a nosotros y confiados en que volveremos a estar juntos otra vez...
Me hubiera gustado decirte adiós...

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