Capítulo uno

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Dejo que el agua caiga suavemente sobre mi cuerpo. La mañana es cálida. El baño siempre suele ser un lugar para despejar mi mente, aunque siempre acabo con un torrente de ideas. Es maravilloso poder tener algo en la cabeza que posiblemente nunca podría pasar en la vida real, pero es un gusto poder disfrutar de ese pensamiento un poco antes de que se resbale de tus manos, como el agua que cae sobre mi espalda.

Limpio con mi mano la humedad del espejo del baño mientras que poco a poco puedo encontrarme reflejado en el cristal. Mi cabello rubio se encuentra pegado a mi piel.

Al menos cubre mis delgadas cejas

Mi pensamiento se desvanece cuando me encuentro con mis ojos. El iris de color escarlata que rodea mi pupila negra tiene un color más intenso que de costumbre, lo observo una última vez antes de cubrirlos con unos lentes de contacto de color azul.

Parece que viera el océano dentro de ellos.

Oscuros, profundos y lleno de secretos, eso es algo que se me da bien, vivir toda una vida llena de secretos ayuda a reflejarte de esa forma. Todas las personas somos el reflejo de lo que alguna vez fuimos.

Toda mi vida he dependido de los lentes de contacto, lo que me ha hecho olvidar lo mucho que los detesto, ya que es como si llevara una máscara puesta todo el tiempo ocultando quien realmente soy, por lo que las personas solo conocen una falsa versión de mí.

Un vago recuerdo de mi madre dándome una bofetada cuando de pequeño salí de la casa sin ellos. Cierro los ojos intentando suprimir mi ansiedad, sin éxito, aumento mi agarre en el lavabo. 

Debo dejar de aferrarme a los objetos.

Antes de salir del baño reviso la pequeña herida que me hice en el labio interior anoche mientras comía. Mi madre había hecho un chili con carne tan exquisito que termine mordiendo mi labio inferior. Es un recuerdo acogedor. 

Mi padre murió meses después de que naciera, por lo que mi madre no ha necesitado trabajar, hemos vivido con la pensión que mi padre dejó al morir. Mi madre no perteneció al ejército como mi padre, pero siempre la he considerado como una guerra por todo lo que ha hecho por mi cada día de su vida.

Al terminar de vestirme se me escapa una risa, porque cuando era pequeño me quejaba por la ausencia de mi padre y no era capaz de darme cuenta, que siempre ha estado vestido con delantal todos los días. 

Suspiro mientras cubro con una venda blanca una parte de mi brazo derecho, es cerca de la muñeca fácilmente podría cubrirse con un reloj.

Reviso una última vez mi bolso para asegurarme que he empacado todo. Odio llegar a la universidad y recordar que he olvidado algo. Me encantan mis botas negras de cuero porque me otorgan más altura de lo necesario y eso me hace creer que puedo afrontar cualquier cosa, quizás por ese motivo las mujeres siempre usan tacones cuando quieren lucir imponentes.

Mi madre está en la cocina cuando salgo de mi habitación y me siento a cenar. Vivo en una de las terraced houses en Brooklyn, un barrio tranquilo para el movimiento diario de la ciudad. New York es una de las ciudades más pobladas del planeta, por lo que cuenta con mucha diversidad de culturas.

Que interesante, Google.

—Llegarás tarde —me informa mi madre al sentarme a desayunar, no le respondo porque ella mira con el ceño fruncido la venda en mi brazo y sé que tengo que cubrirla con el buzo negro que tengo puesto. Su atención visual se dirige al plato frente de mí. Huevos y pan tostado.

El sonido del televisor al encender hace que levante la mirada, pero 20 segundos después hubiera deseado no haberlo hecho.

La mujer informa que se han encontrado 19 personas portadoras del virus esta mañana, no tiene que decir que paso con ellas, porque desde hace 20 años todo el planeta sabe que les sucede.

Son asesinadas.

Termino de desayunar y salgo de la casa al tiempo que la periodista sugiere la importancia de dar información acerca de la ubicación de estas personas, pero solo se queda en mi mente una sola palabra.

"Son una amenaza".

Una melódica lluvia me espera al bajar las escaleras que conectan mi casa al andén. Subo la capota de mi buzo y comienzo a correr en dirección a la estación más cercana.

Intento no concentrarme en las personas que caminan rápido a mi alrededor, pero no lo logro. En vez de eso, me fijo en como cada una de ellas intentan cubrirse de la lluvia con sombrillas, bolsos e incluso sus propias manos.

Todos los días al salir de casa me siento vulnerable en el mundo como si con una simple mirada pudiera desentrañar todos mis secretos.

Secretos.

Una chica con el cabello negro pegado a la cara me mira más tiempo de lo usual, obligándome a cerrar los ojos y correr más rápido.

Solo es tu imaginación. El pensamiento se vuelve un bucle constante en mi cabeza antes de llegar a la estación.

Veo el reloj digital gigante sobre la entrada. Ignoro a las personas tratando de hacer espacio para poder entrar al túnel, como si el apocalipsis estuviera detrás de nosotros amenazando con destruirnos a todos. La idea me tranquiliza.

Separo los ojos del reloj, me tomo menos tiempo llegar hasta la estación hoy, por lo que posiblemente podré llegar a clases temprano por primera vez.

Luz estaría orgullosa. Me rio en mi cabeza. O excitada, no sabría cómo definirlo.

Coloco la tarjeta en el torniquete de la entrada de la estación. Accedo al metro mientras que la densidad de personas aumenta con cada escalón que bajo en las grandes escaleras que llevan al túnel, sin embargo, no retiro la capota del buzo.

Aunque esté rodeado de personas, no puedo evitar sentirme solo. En ocasiones la compañía de alguien particular puede cubrir la de una multitud.

En la parada donde debo esperar el metro hay algunos Hollows tirados en el suelo, ellos piden limosna, pero lo mejor que pueden esperar de la gente es que los ignoren, sino correrán con la suerte de que alguien los golpe como hacen con uno de ellos en el otro extremo de la estación. Ignoro la situación, entre menos vueltas le dé al asunto, menos terminare involucrándome.

Me concentro en esperar parado la llegada del metro, recuerdo la forma irónica de entrar en la universidad. Becado por el estado. Una burla divina lo llamaría yo. El cielo quiere ver como el ángel se enamora del demonio antes de castigarlo.

Pensar en ese momento, me recuerda como todos creían conocerme en la escuela, pero realmente no me conocían en lo absoluto. Nunca terminas de conocer a una persona. Tenía amigos por supuesto, bueno, todavía los conservo. Había un chico moreno llamado Carlos que me hacía reír demasiado, él entró en el ultimo año escolar y así como llegó, se fue de mi vida. 

Me pregunto que habrá pasado con él.

La llegada del metro me saca de mis pensamientos. Veo mi reflejo en uno de los cristales. Mi bolso blanco destaca de todo el atuendo negro que llevo puesto, un ángel vestido de demonio, la idea suena fatal. Desecho ese pensamiento al entrar al vagón rodeado de más gente.

Ver la ciudad por el cristal me hace pensar que la vida de una persona es tan efímera y pérdida en la monotonía, pero eso no quiere decir que sea especial y extraordinaria, como aquel pájaro que está a punto de emprender su vuelo por encima de los edificios.

El metro se detiene en la siguiente estación, por el rabillo del ojo veo a una chica con el cabello negro caminar en mi dirección y al pasar cerca de mí golpea mi hombro derecho.

—Sabemos lo que eres —me murmura al oído luego de que sus ojos color escarlata me miren. Un escalofrío recorre mi cuerpo y antes de que pueda contestarle, ella baja en esa estación.

MARCA DE MUERTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora