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La torre más alta de la fortaleza de Praga se erguía por toda la capital de Bohemia

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La torre más alta de la fortaleza de Praga se erguía por toda la capital de Bohemia. Imponente y majestuoso, no solo se hallaba aquél castillo construido por cientos de manos y trabajadores, sino, también se encontraba el príncipe de la corona; Jeongguk Von Jeon, escondido entre las penumbras de la seguridad de su inmenso hogar.

Los aires gélidos de invierno se colaban por las rendijas de todos los lugares, azotando al reino con corrientes frías que hacían temblar a más de uno. Curiosamente, aquella torre, la más alta del castillo de Praga, era la más helada de todas, pues al estar más arriba, el aire limpio se filtraba por todas y cada una de las ventanas. Y aún así, con todo y ráfagas gélidas, el frío no hacía ni mella en el príncipe.

El sol comenzaba a ponerse. El ocaso cubría los cielos del reino Bohemia mientras los pobladores fuera de la fortaleza preparaban sus meriendas y cenas, algunos volvían a sus hogares después de trabajar arduamente y muchos otros se agrupaban a las afueras de la entrada del reino, esperando poder obtener aunque fuese un vistazo del gran evento que se estaba preparando dentro de los muros y murallas del palacio real.

Preparándose para su matrimonio, Jeongguk se arreglaba en su dormitorio justo allí en la torre más alta de su castillo. Ataviado con su vestimenta negra común en invierno, se acomodó las solapas de su capa de piel de oso negro. No es como que el frío le calase o algo, pero como príncipe de la corona tenía normas que cumplir y una de estas era la vestimenta. Lleno de joyas, oro, pieles y telas finas... aunque los colores debían ser distintos, como pieles de animales teñidas con pigmentos rojos o un azul real, Jeoongguk no era un príncipe convencional. Él prefería colores sobrios y neutros como el blanco y el negro: sus dos mejores aliados. Y la verdad era que le quedaban espectaculares.

El gran espejo que reposaba en la pared más cercana al príncipe le devolvió una vista exquisita.

La corona de príncipe puesta elegantemente sobre su largo cabello negro azabache trenzado, las ropas oscuras y las joyas hechas de piedras preciosas como rubíes y zafiros además de oro y plata por todos lados... todo aquello formaba una imagen ciertamente... deliciosa. Desbordando elegancia y gracia por todos lados.

Las personas agraciadas en esas épocas eran escasas en realidad; sin embargo, su majestad Jeongguk era un hombre de belleza inigualable (para ser certeros, la línea familiar de los Jeon era muy agraciada en general) . Era varonil, bien perfilado y con un cuerpo bien trabajado el cual las personas atribuían al arduo trabajo que realizaba en conjunto con los caballeros de la armada. Su alteza no era un hombre flojo que se la pasase sentado esperando a que le sirvieran todo en bandeja de plata. Era muy común encontrarlo en los entrenamientos junto a los caballeros, blandiendo su espada y montando a caballo como todo el hombre hecho y derecho que era. Verlo en las caballerizas, bañando y alimentando a los caballos era pan de cada día.

—Su majestad, ¿Puedo pasar? —preguntaron de afuera luego de haber tocado a la puerta un par de veces.

—Adelante —el heredero permitió el paso a sus aposentos, dando unos cuantos pasos hacia atrás para encarar a la persona que acababa de entrar. A la habitación se sumó sir NamJoon, el guardia real y personal de su majestad Jeongguk, el hombre quien contaba con la confianza total y absoluta del heredero de la corona.

Jimin Von Jeon: el doncel del vampiro | kookmin | short ficDonde viven las historias. Descúbrelo ahora