Doorahyl Temporada III [Terminada]

Regreso a casa

El viaje de regreso a Freythar 4 fue de lo más silencioso y melancólico para todos los miembros sobrevivientes de aquel equipo; luego de que sus permisos fueron verificados descendieron en un hangar cercano a la colonia. Era de noche, la estación de lluvias estaba en sus últimos días pero eso solo significó que en todo su camino a casa una estuviera cayendo una lluvia muy tupida.

Elinan y Fraendrixia les observaron llegar pero les faltaban un par en su conteo hecho desde el ventanal, además subieron despacio y sus semblantes se notaban ensombrecidos. Doorahyl llevaba un paso que parecía reflejar su tristeza, Lindrielthalas cojeaba mientras servía de apoyo para Docieph, el mismo se notaba adolorido, detrás de ellos venían T.T., Alex junto la mecánica acompañada por la ginoide Treshia y detrás de ellos un par de ilkeriones armadas hasta lo dientes.

La puerta se abrió muy despacio Elinan estaba frente a su tía, los ojos azabache de Doorahyl parecieron comunicarle que algo estaba mal, entonces la drakerión le puso ambas manos en los hombros y le dijo:

–Mi querida Elinan algo salió terrible durante nuestra misión, y... -en este momento se le quebró la voz aunque logro contenerse-. Yo... yo lo siento mucho tu padre murió, -concluyó con lagrimas escurriendo por su rostro.

–Pero... mi padre también, ¡Noooooo papáááá!, -entonces cayó de rodillas frente a su tía adoptiva.

Fraendrixia se aproximo a la pareja y abrazó a su nueva amiga para ayudarle a ponerse de pie, mientras intentaba confortarla con una suave canción. Doorahyl al fin se removió el casco de aquella armadura reliquia.

Desde un lugar dentro de aquel hogar, una figura transparente observaba toda esta escena sin entender que sucedía aquí, aprovechó para aprenderse las facciones de la chica drakerión enfundada en la armadura de batalla quien se acercó de nuevo a Elinan y la abrazó con suavidad con la intensión de reconfortarla por la perdida.

Tanto Lindirielthalas como Docieph se acomodaron en los divanes de la sala de estar, la exploradora no paraba de mover de manera negativa su cabeza de tez violácea, en tanto que el arqueólogo se recargó de manera pesada en su diván con sus ojos cerrados antes de dirigirse a su anfitriona.