Pesadillas

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|La muerte de una inocente flor|

Veo los días desvanecerse como manchas de acuarela a través de mi ventana, que con el pasar del tiempo se transforman en rutinas repetitivas. La basura se acumula en los rincones de este pequeño y solitario cuarto, que suele pasar desapercibido ante los burlescos rayos de sol, siendo consumido por las sombras de la noche.

Ha pasado mucho tiempo desde que nuevas emociones llegaron aquí, este lugar es un canal ahogado por la miseria, que se va desbordando sin medida alguna convirtiéndose en un interminable océano en donde el peso de mis pensamientos me hunde hasta lo más profundo prohibiéndome volver a la superficie, es vil me siento atrapado, sin escapatoria.

Tras una desgastada madera resguardada con pestillo me oculto de la tempestad imparable, compuesta por llantos desgarradores y gritos inundados en cólera junto al choque de uno que otro plato convertido en pedazos. Al parecer nada ha cambiado, quiero escapar de todo esto, dejar de recibir las constantes visitas del desconsuelo que me anuncian que cada día será igual, como si estuviera atascado en el tiempo.

¿Cuándo fue la última vez que tuve esperanza en que estos malos momentos terminarían?

Desde que soy consiente he presenciado como esta familia vive rodeada de dolor, un inmenso dolor que ya no logro soportar. Me pregunto constantemente, acaso, ¿será todo esto mi culpa? Si desapareciera de la vida de mis padres, ¿ellos serían felices?
¿Acabarían sus dolencias?

Aquellas preguntas navegan por mi cabeza cada noche en un ancho remolino sin fin.

—He vivido una pesadilla eterna, al parecer.—  Susurró para sí mismo. En su cabellera de opacas tonalidades castañas con fuerza sus temblorosas manos se aferraban desesperadas. Por primera vez, William se permitió llorar, por primera vez se permitió romperse.

Al igual que una descuidada flor que se encamina hacia su muerte, sus pétalos se marchitan ante las múltiples emociones reprimidas.