Golden fish

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Jimin despierta a las nueve y media de la mañana. Jaebeom no está en la cama y el rubio mira al lado derecho con cierto recelo. De nuevo el otro había dormido con la ventana abierta, casi de par en par. La pijama azulada con franjas de tonalidades oxford de Jaebeom se halla sin mesura alguna, con la parte de las muñecas aún arremangadas. Sobre la párvula y pequeña mesa de noche acabada en cristal, se encuentra una nota. "¿Despertaste ya, Mimi? He salido por el desayuno. Vuelvo en media hora". Su caligrafía siempre ha sido así, desaliñada, escorada y no pretende hacer de Lim alguien que no es. Eso es lo que más ama Park de él. Su caligrafía, el par de lunares que le atildan la ceja izquierda y cuando entierra sus dedos en la mullida carne de sus muslos. Toma la nota y sus narices perciben el sobrecogedor aroma de la fragancia del pelinegro. Había tomado una ducha antes de salir a buscar el desayuno. Todo debe estar más solitario que nunca en las calles.

Jimin hace la cama con el rostro todavía adormecido, camina con los pies desvestidos hasta la pequeña sala de estar y recuerda haberse planteado, desde la noche anterior, que no encendería el televisor esta mañana para ver el noticiero matutino. La idea le embrolla la cabeza, pero las llaves titilantes que trepidan junto a la cerradura, lo hacen volver en sí mismo. Jaebeom aparece fulgurante desde el marco de la puerta. Lleva en la mano derecha una presuntuosa bolsa de cartón que suelta un aroma a algo recién preparado; la mano izquierda se encarga de capturar, con la mejor destreza que le es posible, el portavasos doble con un par de tórridas bebidas que huelen a cualquier mañana de Diciembre. Un vaso es más alto que el otro, es ese el de Park.

- Volví. ¿Leíste la nota? - pregunta Lim metiéndose al departamento y sintiendo el calor de tal. Jimin sonríe y se le borra de la mente la idea de preparar algo de café en aquella cafetera que el otro le había obsequiado la noche de su segundo aniversario.

- La leí. No tenías que salir, está helando afuera. Pude haberte preparado panqueques con queso y salsa de zarzamora o incluso con un poco de helado, tal como te gustan.

- Sólo quería dejarte descansar. Te veías precioso durmiendo - dice Jaebeom aproximándose al circular comedor y colocando el desayuno encima. Después trata de quitarse la bufanda azulada con precaución de no manchar demasiado el suelo amaderado con la blanquecina nieve que aún trae encima, pero a Jimin no le importa y tampoco le importaría tener que fregar la madera luego. También se despoja del gorro que le calentaba la cabeza y en seguida de la enorme cazadora azabache. El pelinegro camina con el paso calmo hasta Park - Puedes hacérmelos para la cena, ¿Te parece bien? - Jimin asiente con un suave puchero y esperando las caricias del otro.

Jaebeom había conocido a Jimin un 8 de Enero del 2049, cuando estaba casi cerca de cumplir los veintitrés y Park había cumplido veintidós el último Octubre. Era un nuevo año y toda Corea se hallaba como si estuviese en período de hibernación, las calles desoladas y el viento helado hacían palpable el Enero en curso. Lim había aprovechado el día para tomar algunas fotografías en el templo budista Beomeosa. Ahí había conocido a Jimin. Jimin se le había acercado para preguntarle si sabía porque en aquella zona parecía como si estuviesen en alguna región de China. Jaebeom lo sabía. Jaebeom no iba a admitir que lo sabía debido a sus clases de Historia de Japón en la universidad, prefirió omitir el dato y esclarecer lo mejor posible la carraspera en su garganta para fascinar a Park, porque el pelinegro ya lo estaba con el simple hecho de mirarlo. Aquella tarde habían tomado un café caliente, para las seis de la tarde Lim ya sabía que el rubio estaba estudiando leyes, aunque parecía aborrecerlo; en cambio el mayor estudiaba Historia y le alentó desde ese instante a intentar buscar algo más. Jimin ya estaba fascinado, aunque probablemente haría caso omiso. El café con caramelo de Jaebeom tenía más azúcar que el de Jimin, de eso se habían percatado ambos cuando juntaron sus labios al despedirse y luego de compartir sus números. A los dos les temblaban las manos.

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