CAPITULO 2

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Andrés no dijo nada en todo el camino, pero entonces su mujer ysu hija reaccionaron muy nerviosas. No hacían más que preguntar a Andrés cosas que ni él mismo sabía responderles.Andrés paró el vehículo e intentaba tranquilizar a Emma y aRuth.

 Chispa no paraba de ladrar. Andrés ni siquiera tenía valorpara mirar por el retrovisor. Emma, muy nerviosa, cogió la manode Ruth y miraba a su marido. Ruth acariciaba a Chispa.Todos se encontraban callados. Solo se escuchaba la músicade fondo que Andrés llevaba puesta en el coche y los ladridos deChispa.Andrés continuó su camino hasta que llegaron al pueblo yvolvió a parar un poco antes de llegar a su casa.

 —No sé ni tampoco tengo palabras para asimilar lo que hemos visto hoy en la carretera. Sea lo que sea no debe preocuparos.Está claro que estamos juntos y, sobre todo, que estamos bien.Andrés volvió a seguir su marcha y, cuando ya estaba a pocosmetros de llegar a su casa, aparcó el coche, las miró y les dijo:

 —No quiero que digáis ni una sola palabra, ¿de acuerdo? Nosabemos lo que está pasando. Solo debemos estar todos juntos yos aseguro que no nos pasará nada.24Llegaron a su casa. Blanca y Alexia ya los estaban esperandopara descargar la compra y para comer, ya que Emma había dejado la comida preparada para cuando regresaran. A Andrés se lenotaba muy preocupado, y no hacía nada más que pensar en loocurrido. No tenía palabras para explicarse él mismo lo que habíavisto. No se le iba de la cabeza aquella situación que había vivido.No encontraba explicación alguna: aquellas personas supuestamente estaban muertas. 

¿Qué habría pasado? 

¿Por qué se habíanlevantado?

 Entre toda la familia descargaron la compra del coche.Una vez que estaban ya dentro de su casa con la compra descargada del vehículo, Emma preparó un aperitivo mientras calentaba la comida. Andrés fue para la cocina, cogió una cerveza delfrigorífico, y se sentó en una silla al lado de la mesa. Pensaba entodo aquello.Al rato, fue para su dormitorio y se cambió de ropa. Sus hijasterminaron de ayudar a su madre a preparar la mesa y, una vezque terminaron, se fueron al salón.Las tres estaban sentadas en el suelo jugando con Chispa, yEmma esperaba a su marido sentada en el sillón que tenían allado de la chimenea.Andrés se sentó al lado de su mujer, le cogió la mano y se laapretó. 

Ruth, Blanca y Alexia hablaban entre ellas en voz baja, y Andrés las estaba escuchando. Este les preguntó:

 —¿Qué estáis planeando ahora?

 —Nada, papá —respondió Ruth, pero Alexia le dijo a su padre: 

 —Papá, hoy he quedado con Julián y quiero salir un rato.Además, tengo mi dormitorio arreglado y las tareas del colegiotambién las tengo hechas como me dijo mamá.

 —Alexia, hija, hoy podrías quedarte con nosotros en casa ydescansar. Es el día que podemos estar todos juntos. Además,sabes que con esto del coronavirus no es bueno estar saliendo yentrando tanto. Lo que tienes que hacer es quedarte en casa —respondió.A continuación, dirigiéndose a las otras dos, dijo: 

—Yo creo que ya está bien. ¿Podéis dejar los móviles un rato ysentaros con nosotros a ver la televisión? ¡Desde que os levantáisestáis con los teléfonos en la mano y ya me tenéis un poco harto! 

—Papá, los animales que había muertos en la carretera, ¿estaban enfermos?—No sé, Ruth, pero como te dije, eso no tiene que preocuparte y no tienes que pensar en ello. 

—¿Qué ocurre, papá? ¿Ha pasado algo que no nos hayas contado a nosotras? 

—No, hija, es solo una cosa que hemos visto en la carretera cuando veníamos de camino y, como siempre, tu hermana esmuy exagerada. Ya le dije que no tiene ninguna importancia.               Alexia no era tonta y se dio cuenta de que su padre no queríahablar de aquello.

El DESASTRE DE LA TIERRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora